El enigma más intrigante al cual el ser humano se ha enfrentado y se enfrentara es sin duda la muerte. El concepto de la muerte varía de acuerdo a las civilizaciones y eras que le han dado forma a la humanidad desde el inicio de sus tiempos. Hablar de la muerte es hablar de la figura más imponente y quimérica, es hablar del estigma que marca las frentes desde el nacimiento, es referirse al único destino sabido con certeza, es abordar el final y para muchas culturas el inicio apenas de otra conciencia oculta por la existencia terrenal.
Si bien, en esta era posmoderna que está ensimismada en el narcisismo sin intereses reales en futuras generaciones y una amnesia involuntaria por el pasado histórico, la muerte es vista como el rival a vencer mediante el uso indiscriminado de productos en pro de la salud, vacunas y una serie de consejos que buscan afanosamente alargar la permanencia en este mundo de formas táctiles e ideas. La muerte conlleva una carga inseparable al comportamiento de la raza sin importar las creencias religiosas y espirituales, el miedo a lo que desconocemos nos ha orillado a crear distintas conjeturas y cultos que nos permitan “convivir” con ella durante nuestra estadía en este plano.
Podemos abocarnos a la muerte desde el punto de vista de los antiguos griegos donde la existencia de un alma inmortal, obligaba a crear un más allá de lo percibido, y el cuerpo representaba una cárcel para el alma inmortal que al abandonar dicha cárcel se disponía a seguir su existencia por toda la eternidad. Tenemos la postura hinduista, donde si bien la existencia continua después de morir, el alma reencarna una y otra vez en un interminable ciclo. Podemos irnos a la antípoda de estas hipótesis y ver a la muerte como el mero hecho de un cese de funciones vitales en un cuerpo, que termina degradándose hasta terminar en deshechos y minerales que nutren a la tierra para enriquecer y permitir la continuidad de la vida en todas sus formas.
Sea cual sea la concepción que cada persona tenga es indiscutible que la extinción de la vida es una fuente inspiradora para la literatura, a continuación 5 poemas inspirados en la muerte:
Dentro de “Las flores del mal” de Charles Baudelaire, colección más importante del poeta francés llamado por el mismo como un “diccionario de miserias y del crimen” tenemos el poema “Dos Buenas Hermanas”.
Dos Buenas Hermanas de Charles Baudalaire.
Libertinaje y Muerte, son dos buenas muchachas,
Pródigas de sus besos y ricas en salud
Cuyo virginal flanco, que los harapos cubren,
Bajo la eterna siembra jamás fructificó.
Al poeta siniestro, tara de las familias,
Valido del infierno, cortesano sin paga,
Entre sus recovecos, muestran tumba y burdel,
Un lecho que jamás la inquietud frecuentó
Y la caja y la alcoba, en fecundas blasfemias,
Por turno nos ofrecen, como buenas hermanas,
Placeres espantosos y dulzuras horrendas.
Licencia inmunda ¿cuándo por fin me enterrarás?
¿Cuándo llegarás, Muerte, su émula fascinante,
A injertar tus cipreses en sus mirtos infectos?
El poema más popular del poeta irlandés Dylan Thomas expone de manera imponente la resistencia inútil de los corazones y el amor mismo ante la muerte.
La muerte perderá su dominio.
Y la muerte perderá su dominio.
Los muertos desnudos serán un solo muerto.
Con el hombre en el viento y la Luna de occidente;
cuando se descarnen los huesos y desaparezcan los huesos.
Donde hubo codos y pies aparecerán estrellas.
Y aunque se sumerjan en profundas aguas tendrán que resurgir.
Y aunque los amantes se extravíen perdurará el amor.
Y la muerte perderá su dominio.
Y la muerte perderá su dominio.
Bajo los remolinos del mar
aquellos que yazgan largamente no morirán en la tempestad
retorciéndose en el tormento, cuando cedan los tendones
atados a una rueda no podrán destrozarse;
entre sus manos la fe se romperá en dos
y el Unicornio del mal los atravesará.
Y hendidos por todas partes no se desmembrarán.
Y la muerte perderá su dominio.
Y la muerte perderá su dominio.
Nunca más las gaviotas gritarán en sus oídos
o se romperán las olas tumultuosamente en la ribera;
allí donde se abrió una flor nunca más otra flor
ofrecerá su cabeza a los golpes de la lluvia.
Y aún locas o muertas como clavos
atravesarán la margaritas con sus cabezas de señoras;
irrumpiendo sobre el Sol hasta que el Sol se desprenda.
Y la muerte perderá su dominio.
Cesare Pavese uno de los literatos más destacados de la literatura italiana escribió el poema “Vendrá la muerte y tendrá tus ojos”, en donde hace un recordatorio melancólico de la inseparable presencia de la muerte en nuestra andanza.
Vendrá la muerte y tendrá tus ojos
Vendrá la muerte y tendrá tus ojos
-esta muerte que nos acompaña
de la mañana a la noche, insomne,
sorda, como un viejo remordimiento
o un vicio absurdo-. Tus ojos
serán una vana palabra,
un grito acallado, un silencio.
Así los ves cada mañana
cuando sola sobre ti misma te inclinas
en el espejo. Oh querida esperanza,
también ese día sabremos nosotros
que eres la vida y eres la nada.
Para todos tiene la muerte una mirada.
Vendrá la muerte y tendrá tus ojos.
Será como abandonar un vicio,
como contemplar en el espejo
el resurgir de un rostro muerto,
como escuchar unos labios cerrados.
Mudos, descenderemos en el remolino.
El poeta chiapaneco Jaime Sabines, escribió un poema en prosa, en el cual rebosa un satírico reproche del ritual cristiano a los fallecidos. Poema con toques de humor negro que nos hace reflexionar sobre el sentimiento de dolor ante la pérdida y nos arranca una leve sonrisa ante la irónica futilidad y sobre encogimiento en el último adiós.
¡Qué costumbre tan salvaje esta de enterrar a los muertos!,
¡Qué costumbre tan salvaje esta de enterrar a los muertos!, ¡de matarlos, de aniquilarlos, de borrarlos de la tierra! Es tratarlos alevosamente, es negarles la posibilidad de revivir.
Yo siempre estoy esperando a que los muertos se levanten, que rompan el ataúd y digan alegremente: ¿por qué lloras?
Por eso me sobrecoge el entierro. Aseguran las tapas de la caja, la introducen, le ponen lajas encima, y luego tierra, tras, tras, tras, paletada tras paletada, terrones, polvo, piedras, apisonando, amacizando, ahí te quedas, de aquí ya no sales.
Me dan risa, luego, las coronas, las flores, el llanto, los besos derramados. Es una burla: ¿para qué lo enterraron?, ¿por qué no lo dejaron fuera hasta secarse, hasta que nos hablaran sus huesos de su muerte? ¿O por qué no quemarlo, o darlo a los animales, o tirarlo a un río?
Habría que tener una casa de reposo para los muertos, ventilada, limpia, con música y con agua corriente. Lo menos dos o tres, cada día, se levantarían a vivir.
En La Luna y la muerte de Federico García Lorca, habita una sonoridad tocada por sus versos que embelese el dulce toque frío de la muerte.
La luna tiene dientes de marfil.
¡Qué vieja y triste asoma!
Están los cauces secos,
los campos sin verdores
y los árboles mustios
sin nidos y sin hojas.
Doña Muerte, arrugada,
pasea por sauzales
con su absurdo cortejo
de ilusiones remotas.
Va vendiendo colores
de cera y de tormenta
como un hada de cuento
mala y enredadora.
La luna le ha comprado
pinturas a la Muerte.
En esta noche turbia
¡está la luna loca!
Yo mientras tanto pongo
en mi pecho sombrío
una feria sin músicas
con las tiendas de sombra.