Propongo que enterremos a esa roída institución impuesta por los padres de nuestra sociedad cirquera.
Sobre esa antigua piedra sólo se yergue una tradición yerma, una navaja de hastío, un señor sin sueños y una ama de casa con lágrimas.
Propongo que cada pareja tenga su hortaliza y tenga vástagos sólo después de que se extinga el fuego del enamoramiento, porque, dicho sea de paso, el enamoramiento no es ciego, está cegado por el fuego que se apaga cuando llega la lucidez (epígrafe de la frase de Frederic. Disculpo a aquel hombre que no tenía sabiduría en menesteres del amor) Que cada par tenga su propio almanaque, un glosario de palabras amorosas no vendría mal. ¿Qué opinan de la poesía domesticada?
El matrimonio es un ideal velado, una institución consumada. En estos tiempos “modernos” en los que aún se casan tradicionalmente, pido que se cambien ciertos segmentos de las sagradas escrituras para aclarar que, lo que une el amor no lo separe el hombre y, lo que el amor no unió (sino el enamoramiento o compromiso ancló) sea separado de inmediato, a la brevedad, por ley mística.
Propongo atar al matrimonio a un metal y dejarlo bajo el humeante sol hasta su descomposición. Se me ocurre llevarle flores, testimonios de todos nosotros, hijos de matrimonios mal logrados.
Es cierto que existen ciertas creencias y rasgos inmutables en toda sociedad, pero en este caso, ¡aquí el matrimonio ha muerto dejando vacante su lamento!
Pido que procrear sea un lujo exclusivo en el verdadero amor.
Digo que la guerra fría ya no tiene más destino sino morir sucumbir a la peste libertadora.
Propongo una utopía.
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