Observar cada detalle de su persona era fascinante. Tienes que tomar tu tiempo para hacerlo y pareciera que nunca es suficiente. En realidad, nunca es suficiente. Nunca terminas de apreciar cada rasgo y gesto. Era eso o tal vez sea que nunca creí haberlo apreciado lo suficiente, tal como un apetito insaciable.Escuchar su voz es escuchar la calma del aura en una noche: apacible y suave. Por el contrario, escuchar sus ideas expresadas en palabras sencillas es una muestra de entropía, pero inocente. Era esa la controversia que me dejaba estar hundiéndome en la inopía.Tocar su cabello parecía terneza. Terneza hundir mis dedos en su pelo. Las pocas veces que lo logré y mi corazón marcaba otro ritmo, mi sentido del tacto se deleitaba con cada rizo y a la vez mi vista disfrutaba de encontrar su mirada a ratos, o su perfil que se acoplaba con su brazos, elegantes y atractivos. Sus ojos son la entrada a su alma y su mirada nunca mentía. Nunca miente. Es sincera y perspicaz, te atrapa para perderte en el dédalo de algún tipo de paraíso. Por otro lado, el efecto era exiguo. Si su presencia es distintiva, la duración de ésta parecía humo de cigarrillo: se suspende un momento para luego desaparecer dejando algún pequeño rastro.Inconfundible, así es. O así era. Traté de curiosear y advertir minúsculos detalles, aunque me hubiera gustado tener la oportunidad de conocer con más detalle a una persona así de característica, observadora y consciente ante muchas cosas. Con ideas tímidas pero deducciones osadas.Una vida con matices e inimitable en su talento, pero lo que más valioso era sentir su esencia.Darte cuenta de su esencia era parecido a cuando en una mañana fría te calientan los rayos del sol. El calor en la cara es tiernamente afable.