“Si Adam Smith reviviera para ver lo que hemos hecho con su idea del capitalismo, estoy segura, el pobre se volvería a morir” Comentó mi maestra de sociología y a pesar de haber soltado una carcajada prolongada, la frase me puso a pensar. Tenemos que entender que lo que inició el capitalismo fueron las relaciones productivas en la sociedad, pero fue Adam Smith quien, con su obra La riqueza de las naciones, se convirtió en el autor intelectual de dicho sistema económico.
Este economista y filósofo escocés determina como elemental el proceso de empatía, simpatía, a través del cual, el ser humano es capaz de ponerse en los zapatos del otro. No importa si no recibimos nada a cambio, nos explica, que la simpatía es elemental para que funcione esto del capitalismo. De esta manera, Smith logra una crítica al utilitarismo. La idea de la simpatía que nos explica este economista en su obra Teoría de los sentimientos morales sitúa al individuo antes del colectivo, eliminando por completo la idea utilitarista del máximo bienestar para el máximo número. ¿Empatía y capitalismo de la mano? ¿¡Es en serio!?
Adam Smith describe este sistema económico como la única salida por la que el ser humano encontrará todo lo vital y aún tendrá tiempo para dedicarse a lo realmente importante: la interiorización, una vida sana en sociedad, el estudio, el cuidado de la mente. Nada de excesos sino lo fundamental. Por desgracia lo hemos convertido en el completo opuesto.
Y hablando del tristísimo deterioro del capitalismo, situémonos en un gran pensador del siglo pasado: Theodor Adorno. Este filósofo y sociólogo huyó de Alemania en 1938, debido a problemas raciales, para instalarse en Estados Unidos. Ahí, sorprendido por la cultura norteamericana, se dedicó al entendimiento del capitalismo y la manera en la que éste afecta a las masas. ¿Qué hay de tóxico en este sistema económico? ¿Cómo detectar si hemos sido infectados? Dejemos que el buen Adorno nos lo explique:
¿Qué es lo que hacemos de nuestro tiempo libre?
Lo que hacemos de nuestro tiempo libre habla muchísimo de quiénes somos en realidad. Así como Adam Smith, Theodor Adorno creía que ese momento de ocio era el indicado para expandirnos social y humanamente. Él hablaba de ver filmes que nos ayudaran a reflexionar sobre nuestra propia vida y lo que hacemos con ella, de leer cuantos libros sean necesarios para alcanzar un verdadero sentido de empatía. En cambio, qué es lo que hacemos con nuestras horas muertas. ¿Le hacemos caso a Adam Smith con eso de la interiorización, el estudio? Pocos, muy pocos.
Es tanto el entretenimiento banal con el que nos bombardean los medios de comunicación, que las prioridades de cada persona han cambiado radicalmente en los últimos años. Adorno nos habla de una muy dañina “Industria cultural” que se dedica a nada más y nada menos que eso: difundir ideas triviales como de suma importancia para dejar de lado la crítica y el análisis. “Cuanto más la todopoderosa industria cultural usurpa el principio clarificador y lo corrompe en una manipulación de lo humano…”
Respondamos las siguientes preguntas: ¿Cuánto tiempo pasamos viajando por la página de inicio de Facebook, o en instagram, o twitter? ¿Qué es lo que esto nos aporta? ¿Qué tanto nos ayudan a crecer como personas las películas que vemos? ¿La música que escuchamos, de qué nos habla la mayor parte del tiempo? ¿Hay canciones pop que traten de algo que no sea amor en pareja y más amor y más amor en pareja?
Según Adorno, esta industria cultural tan masiva y sofocante no hace más que confundirnos más de lo que ya estamos. Nos hace sentir vacíos, fijar prioridades de vida poco claras, desear ser quien nunca seremos, distraernos de lo realmente importante. Esa red de entretenimiento masiva parece ser un vicio para la gran mayoría de las personas. No nos damos cuenta, claro que no, vivimos tan abstraídos por ella que alejarla de nuestro día a día parece inverosímil. Querernos más y dedicar un poco más de tiempo a nutrir la mente, no hace ningún daño.
¿Cuáles son nuestras necesidades?
El deseo y la necesidad parece, hoy, ocupar el mismo puesto dentro de la percepción humana. Tus pertenencias son ahora el factor que define el grupo social al que debes formar parte. ¿Qué tanto tiene o qué tan poco tiene? Recordemos que el sentido de pertenencia es uno de los catalizadores más fuertes del ser humano.
Como bien explica Ricardo Raphael en su libro El Mirreynato, esa necesidad de tener ciertas cosas no se trata sólo de un acto frívolo para ser respetado: “el líder obrero necesita mostrar poder frente al interlocutor. Un bolso puede ser una tarjeta de presentación que le permita volverse el dueño de la escena. Un desplante que ordena las jerarquías.”
Así que deseamos para impresionar, pero también porque todos esos apetitos se nos presentan tan recurrentemente como lo bueno, indicado o lo más cómodo que nuestra mente los transforma en verdaderas necesidades vitales: cierto tipo de automóvil, la más grande de las televisiones, el saco o la bolsa, los zapatos, la cena en tal restaurante, los viajes en hoteles de cinco estrellas, la computadora más moderna, el mejor celular. ¡Y siempre hay más! El problema aquí, según Adorno, es que estos deseos nos absorben y preocupan tanto que nos olvidamos de ayudar a los demás, de llevar una vida en sociedad plena y sana… de ser felices.
¿Cómo vemos a los demás?
Hemos hablado ya de la importancia de la empatía para Adam Smith. Y es tal vez esta la razón por la que el buen Adam se volvería a morir si viera lo que hemos hecho con su sistema económico. El mundo capitalista en el que nos encontramos no posee ni un gramo de simpatía y… ¿se acuerdan de principio de utilitarismo, del máximo bien para la mayor cantidad de personas? Bueno, pues ni siquiera a esas llegamos. El sistema se enfoca en la idea del máximo bien para el menor número de personas; así, el poder y las riquezas desbordantes se concentrarán en un grupo reducido de líderes. México es un buen ejemplo de esto, pero esa es otra larga historia.
La empatía se ha deshecho hasta el punto en el que los seres humanos no son más que engranajes de un mismo motor que no busca más que producir, hacer dinero para los que se encuentran en la cúspide de la pirámide, esperando algún día nosotros situarnos ahí. El individuo no es sino parte de un todo.
¿Utilizamos a las personas que nos rodean para sentirnos o vernos bien, pero las desechamos en cuanto dejan de servirnos? ¿En realidad, qué tanto nos interesa el bienestar de los demás? Adorno y su buen amigo, Horkheimer, nos hablan de una sociedad demente, casi psicópata, incapaz de ponerse en los zapatos ajenos y que no hace más que sacar provecho del que está por debajo en la pirámide social, económica o laboral: un verdadero ciclo vicioso.
Son cada vez más largas las filas que se acumulan detrás de las puertas del psicólogo. La industria de los ansiolíticos y los antidepresivos se encuentra en auge. Estamos perdidos, confundidos, sin lograr encontrarnos con nosotros mismos. ¿Qué nos está pasando? Ese materialismo desenfrenado nos ofusca, nos arrebata de nuestra identidad individual para adjuntarnos a la idea de un colectivo. Para Theodor Adorno, el innumerable número de problemas a los que nos enfrentamos hoy no se deben a la política como muchísimos creen, sino a la cultura y la psicología. ¡Los recursos para que todos vivamos dignamente, existen! Pero bien dijo Shakespeare alguna vez que “El loco se cree cuerdo, mientras el cuerdo no reconoce que no es sino un loco.” Esa locura disfrazada de cordura es contagiosa y parece ser que ya estamos todos infectados, el problema es que no lo sabemos.