Sísifo es un personaje mítico pintoresco. Su inteligencia desafiaba la de los dioses, por lo que en el Olimpo causaba cierta incomodidad. Zeus, el padre de los dioses y la humanidad, solía raptar continuamente hombres y mujeres para desatar sus deseos y pasiones. Cierto día, Sísifo presenció el secuestro cometido por Zeus de la hija del dios de los ríos, Asopo, quien en busca de la pista de su hija hace un trato con Sísifo: él le daría toda la información que pudiera sólo si el dios encausaba un río cerca de Corinto. Sísifo delata al gobernante del Olimpo, quien decide castigar su deslealtad condenándolo al inframundo de Hades.
Ilustración: Carlos Gaytan
Sísifo, una vez muerto, planea una manera de regresar a la vida: convencería a Hades de que quería probar el amor de su mujer pidiéndole a la viuda que depositara el cuerpo inerte del fallecido en la plaza del pueblo. Al ver tal desprendimiento del amor que le tenía y tratar a su cadáver como un simple objeto, Sísifo pediría a Hades poder regresar a la vida para vengarse de la traición de su esposa. El plan funcionó y el dios del inframundo concedió a Sísifo volver a la vida. En la tierra, Sísifo hizo todo menos vengarse de su esposa. Logró evitar no sólo la muerte, sino también esquivó a los dioses por mucho tiempo.
Más tarde que temprano, Hermes, el mensajero del Olimpo —quien también era inteligente—, logra dar con la ubicación del escapista. Los dioses piensan un castigo ideal para Sísifo: si lo condenaban al inframundo, daría con la forma de salir aprovechando cualquier oportunidad. No había otra salida, tenían que penarlo a algo que trascendiera la muerte. Lo condenan a la vida eterna con una única tarea: cargar con una piedra gigantesca por una montaña hasta llegar a la cima, y una vez allí, la piedra volvería a bajar, siendo responsabilidad de Sísifo subirla de nuevo. A esto jamás ha podido escapar.
Albert Camus, en su conocido ensayo El mito de Sísifo, da una interpretación desde la filosofía existencialista a esta ficción griega. Habría que ponerse en los zapatos del protagonista para poder imaginar un horizonte de vida en el que hicieras la misma tarea inútil por el resto de la existencia. ¿No es eso lo que la humanidad hace durante su corto paso por el mundo? Despertar, transportarse, trabajar, estudiar, comer, dormir y despertar de nuevo: ¿a eso se reduce la vida? Sí, es sensato pensar que el sinsentido de la tarea a la que Sísifo es condenado se parece al sinsentido de la existencia humana.
El absurdo se debate entre el hedonismo y el ascetismo: por más que pueda darle descanso a Sísifo soltar la piedra, en el mejor de los casos, la roca caería sobre él; en el peor, lograría evitar la colisión para descubrir un segundo después que tiene que bajar al valle de la montaña de nuevo por ella. Sísifo acepta su condena que consiste en el encierro de su voluntad a través de un infructuoso destino. Aquí es cuando Camus deja ver su existencialismo optimista, pues a través de la aceptación Sísifo encuentra la libertad y la consciencia; es un héroe que acepta su castigo y lo ve con buenos ojos. Como Albert Camus advierte, el ser humano es el único héroe que abraza el absurdo y ama el sinsentido.
Desde la aceptación de enfrentarse eternamente a la contradicción deseo-razón, Sísifo termina por asimilar su condición, lo que le permite vivir su castigo con cierta dignidad. De eso se trata el existir: mantener la compostura y la dignidad a pesar del contrasentido que es la vida. En el mito, Sísifo puede apreciar y valorar por un momento el hermoso paisaje que le permite la altura de la montaña. Por ese corto lapso la subida adquiere sentido. Igualmente, hay momentos en la vida humana que transforman el recorrido de un angustioso tormento a un valioso aprendizaje. Y es ahí donde recae lo interesante del absurdo de vivir.
Camus está fuertemente influenciado por Nietzsche y Schopenhauer; se observa claramente al enfrentar la razón y el deseo. Por un lado, tenemos al pensamiento objetivo, que suele ser conveniente para algunos casos, pero inútil en algunos más. Por otro, tenemos la insensatez y lo cercano al corazón del deseo, pues no nos sirve para pensar nuestra existencia, pero nos es útil para tomar decisiones. Camus nos habla de no dejarse llevar ni por uno ni por otro. Mantener nuestra vida entre las grietas de la razón y el abismo del deseo. En otras palabras, es el justo medio aristotélico, o el ni tan tan, ni muy muy del proverbio popular.
Al contrario de lo que se podría pensar, Camus cree en la sublevación personal. Si primero adquirimos libertad y consciencia de nuestras condiciones de vida —tal y como lo hizo Sísifo al aceptar su destino—, seremos capaces de hacer de nuestro entorno un lugar habitable. No podemos cambiar el mundo, pero podemos cambiar la percepción que tenemos de él. Es la aceptación como el único principio de la valentía y la acción. Ser partícipes de nuestras propias vidas requiere la abrumante tarea de adquirir consciencia. Lo que nos dice Camus es: hay que aceptar el absurdo de nuestras vidas. Sin acercarnos a la religión como consuelo —a eso llama un suicidio filosófico—, sin declinar de la vida cometiendo suicidio —pues en esa aparente solución se evita la lucha, y por tanto se evitan los momentos que le dan sentido al camino— y sí aceptando el destino y tomando consciencia de nuestra condición para encontrar en ella una razón para vivir. La libertad que aporta el sinsentido sólo se obtiene a través de una confrontación directa con el mundo que nos rode
Referencias:
Camus, A. (1999). El mito de Sísifo. Alianza Editorial.
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