La miré y sentí que las mariposas de las que tanto hablan me crecieron, revoloteaban por todo mi organismo y se anidaron en mi entrepierna. Pulsaba mi pecho agitado, el calor ascendía, hinchaba mi forma.
Admiraba tu anatomía, ansioso aguardaba, quería observarte y quería tocarte. Inerte por unos instantes me quedé pasmado; reaccionó mi cuerpo y, desaforado sin más preámbulos, corrí a ti llenándote de besos, consumiéndote, acariciándote brutal, no quedaba espacio para la delicadeza, te ansiaba feroz, con demencia.
Reventaba por sentir tu piel, por recorrerte a besos, por circularte con mis encantos y estaba ahí trepándote a piernas abiertas.
Colmándote de placer, abrigándote con mi roce, agitada, tibia, sin aliento, jadeabas extasiada.
Deslumbrado, perdiendo el equilibrio te miraba y delineaba en ti con mi lengua todo el cielo que quería regalarte.
Concediéndote el ardor más enorme y plácido.
Tú, debajo de mí, deshecha en goce, oprimías la almohada porque tu flor se volcaba ante mi lengua, que no cesaba de menearse.
Sin respirar con el pecho atiborrado, avivado, vehemente, con la vista nublada, esta sensación me doblaba cada sentido. Y mi miembro estallaba.
Te solté en la cama, te veía aún temblorosa, enviciada, deseosa de más. Me dispuse a traspasar tus piernas a entregarte todo mi fervor, cuando sigilosa me atrapaste tomando con tu boca mi pene, pulsando, acelerado lo sentí entrar en la tibieza de tus besos, mi cuello se arqueó mi espalda retorcida, espléndida sensación me albergaba.
De rodillas a tu boca, tendido a la delicia más exquisita. Con mis manos acompañé tu ritmo, y satisfecha, hambrienta, correspondías a mi firmeza, me tensabas con tu mano y con tu lengua, con tus labios me recorrías dentro y fuera, a la perfección.
Derretido, viendo las mariposas esas flotar a mi alrededor, de mil colores.
Recuperando mi furia te tomé y sutilmente me subí a ti, acrecentando el cadencia al compás de tus jadeos; jineteando la musa de mis delirios, el hombre más venturoso, engrandecido. Continué sin descanso, persiguiendo el tesoro de los inmortales, conquistando en cada segundo la vida eterna a tu lado.
Oprimiste mi mano, apretaste los ojos y te mordiste los labios. ¡No me sueltes!, te dije.
El último tramo de este trecho, dulce manjar. Resoplos, nuestros rostros desmenuzados, cada fibra alerta, palpitando.
Tú, mi sustento, mi armonía. De la mano alcanzamos la cúspide y me vuelco, te vienes. Soltamos el aire, el impulso, todo lo que nos constituye lo donamos, con el fin más puro y con el alma satisfecha. No dejo de desearte, no dejas de ser mi pasión y mi delirio.
**
Escribir y leer poesía es una forma de sanar el alma. Si quieres leer más poemas de amor y desamor, te invitamos a que conozcas a los autores de los poemas para los que se resisten a superar las decepciones y los poemas para los que no quieren olvidar.