Jorge Luis Borges, Julio Cortázar y Alejandra Pizarnik: tres escritores que no sólo armonizaron en su nacionalidad argentina y en su grandeza por saber ver el infinito en un grano de arena, sino que se abdicaron de la formalidad literaria relativa al encasillamiento de textos. Acaso el maestro fue Borges. El autor de Inquisiciones —diría Alberto Manguel en su conferencia Borges lector— escribió poemas que son cuentos y que son ensayos, cuentos que son poemas y que son ensayos, ensayos que son poemas y que son cuentos. Asimismo, Buenos Aires —incluido en la misma obra referida— merece, entre tantos otros escritos, una mención por la ruptura de géneros literarios que representó.
Qué decir de Cortázar, cuya prosa es equiparable a un chocolate relleno de un extraño manjar posiblemente peligroso. En las Historias de Cronopios y de Famas, Cortázar logró situarnos en una línea indiscernible entre la ficción, la poesía y, como diría su amiga Pizarnik, el humor. Precisamente Pizarnik es —junto a Cortázar— la Cronopio indiscutible de nuestra tradición literaria. La escritora pudo leer, estudiar, conocer y liarse a las propuestas de sus dos precursores argentinos, planteando prosas que oscilan entre el relato y la poesía, entre la poesía y el relato; breves, intensos y complejos.
Pizarnik, como expresa en Escrito en España, quiere ser Rimbaud o Baudelaire pero sin sus sufrimientos. Aunque analizando la vida y la muerte de la escritora, sabemos que dicho deseo no llegó a suceder. De lánguida autoestima a lo largo de su vida, Pizarnik se suicidó por sobredosis a los 36 años de edad. Sus escritos, en general, son un espejo del lado acerbo de su vida hecho belleza con las palabras. Pizarnik trabaja y juega con el lenguaje en tanto se bota sudor y lágrimas. La escritora argentina se apropia de conceptos y temáticas: vida, silencio, soledad, sufrimiento, amor, desamor, pasión, lenguaje, jardín, ilusión, muerte, niñez… Sobre todo muerte y niñez. Encontró su voz propia, manifestándola en una escritura eminentemente solícita y depurada.
Leer a Pizarnik hace tanto bien y tanto mal a la vez; priva del aire, o acaso lo seca, porque en su escritura prescinde del aire. En sus letras hay una sensación de encierro, desde la perspectiva de Funes el Memorioso, la fuerza y vitalidad que manifiesta en sus relatos llega a tanto que poco más y caemos —junto a las niñas de “Devoción”, “Tragedia” y “A tiempo y no”— en bellos jardines aptos para dialogar con la muerte. Por ello se podría decir que la prosa de Pizarnik, a diferencia de la de Cortázar, no entiende de posibilidades de peligro, sino que lo toma como un hecho seguro.
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El texto anterior fue escrito por Ignacio Castillo.
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A pesar de su final trágico, estas poetas son parte de las escritoras más importantes en la historia de habla hispana. Como ellas, otros poetas han escrito obras que son mejores que un “te amo”.