Muchas veces sólo se trata de soñar que alguien nos espera en algún lugar, y tener la certeza de que llegaremos tarde…
El tiempo y la vida suelen darnos tantas giros, tantas sacudidas que muchas veces sin aliento, vencidos nos tiramos en la orilla sin siquiera un atisbo de ilusión, con la nostalgia en las manos, con el anhelo en los ojos de lo que no ha de ser, con la rabia en los pasos por lo que nunca ha de llegar, con la amargura en los labios y el coraje desgastado.
Nos atrevemos a creer que todo es vano, que hagamos lo que hagamos llegaremos a deshora o no podremos llegar. Porque coincidir parece todo un milagro, porque nuestros caminos parecieran líneas paralelas que nos hacen mirarnos a distancia y estirarnos para poder tocarnos corriendo, cada vez más a prisa, cada uno en su rumbo, cada uno en su marcha.
¿Será, entonces, que la vida es así? Sólo un ir y venir de cansancios, una carrera contra el tiempo y las cosas acumuladas.
No puede ser, me dice una vocecita en mi interior con un halo de luz diminuto. ¡No desistas!, emprende el vuelo y rueda por el mundo, en alguna de sus esquinas se habrán de topar.
Con el ímpetu que logro reunir. Empuño alma y corazón con aquel ensueño, con aquel fantasma en los labios, con el milagro del cielo que añoro y adoro desde siempre con este espíritu agonizante que no cesa de buscarte, de alzar la vista para fantasear contigo, cielo mío. Tu ser me explica cómo ha de ser, que la existencia nos creó a la par y cómo en otras vidas nos hemos amado.
Ahora sé que me esperas y me buscas. Con la certeza en los labios de que habremos de estar. Sonrío, entonces, corro dichosa, ando mis caminos, desafiando al destino, enfrentando la vida.
Entonces mis manos se encuentran con las tuyas, mis ojos se reflejan en los tuyos, mi voz hace eco en la tuya, mi cuerpo y el tuyo tienen su sombra.
Todo cambia de color, puedo ir contigo a donde vayas, puedo verte en cada instante, sentir tu presencia en mi vida. Sé que no es preciso morir ni matarse, no existe angustia ni dolor. La vida resulta ahora muy corta para todo lo que sentimos, mi cielo.
Nos tiramos, entonces, en nuestra orilla en paz, con la convicción profunda de que estamos ahí y que vale la vida entera toda esta danza, todo ese teatro para lograr coincidir, para al fin toparnos y eternamente sonreír compartiéndonos.
Aquí tendidos uno junto al otro sabemos que no nos rendimos, que el camino es nuestro, que todo el universo nos habla, nos une, nos abraza. Porque toda la fuerza del cosmos pulsa en nuestras voluntades que unidas se procuran y se sueñan.
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Las fotografías que acompañan al texto pertenecen a Anna Frank.