Fotografía por: Alfonso Huerta
Mark Twain mencionó que “la vida no era un regalo valioso, pero la muerte sí”. Eso me da a entender que sólo nacimos para morir y que lo que consideramos valioso en la vida es sólo un alivio para nuestro desasosiego. Cada paso que damos es para aprender, ¿o no? Pero, ¿para qué?, ¿cuál es el propósito de este aprendizaje si al final del túnel nos encontramos con la certeza de no volver?
Quizá repita lo que muchos filósofos y escritores han dicho a través de los años, pero veo con frecuencia que otros no aceptan la muerte como parte de la vida; no juega en nuestro círculo vital. Es lamentable que lo ignoremos. Yo pienso lo contrario: es esencial. Y no es que sea pesimista. Es como decir que no puede haber luz sin oscuridad o blanco sin el negro. Todo es un balance.
Las tragedias son diseñadas para que estemos conscientes de la realidad de la muerte como algo natural. ¿Por qué insistimos en evadirla? Si la vida es filosofía, entonces Plato tenía razón al llamarla como la preparación de nuestro fin: la muerte. Epicuro dice que no debemos temer de ella. Entonces, ¿cuál es el miedo? Es el miedo al dolor físico, el miedo al dolor de una bala que atravesará nuestras entrañas o un golpe a la cabeza. En verdad queremos evitar el dolor, no la muerte. Pero ni el dolor podemos evitar. Ese viene por las decisiones que hacemos en la vida.
Otros prefieren acabar con su dolor al suicidarse. Algunos optimistas lo llaman cobardía, por no apreciar lo que la vida ofrece, que es sólo escapar de nuestra realidad para no enfrentarla. Yo digo que, quizá, la misma realidad es la que nos ha derrotado y cedemos a darle paso a la muerte. Quizá sea cobardía, quizá no. Hacer dicho acto toma coraje; simplemente el dolor termina por matarnos a causa de su pesadez. Aquí estaría olvidando la frase más célebre de Nietzsche: “lo que no te mata te hace más fuerte”. En un momento el dolor deja de fortalecernos porque es lo que nos ha acercado a nuestro fin, al deseo de descansar de una buena vez.
Puede ser que sea oscuro pensar sobre la muerte, pero la vida es más que sólo una procesión. Muchos filósofos se han esforzado para darle sentido a la tristeza que se percibe cuando alguien muere y es algo sencillo de entender porque no hay de qué preocuparse: simplemente se han ido. Esa persona que ya no está ahora no sufre. Somos nosotros los que permitimos ese sufrimiento por alguien que se fue. Es ilógico. Al menos que sintamos culpa por ser la causa de su ausencia, pero igual no se puede hacer nada. Es complejo, hasta paradójico analizar la muerte a través de la tristeza. Sentimos lástima por alguien que ya dejó de sentir y eso viene del amor que se le tiene.
La vida nunca es suficiente, queremos inmortalidad como recompensa pero sería sólo una pena. Simplemente el tiempo se nos acaba y es como debe ser. Dice Joseph Conrad que “la vida es ese misterioso arreglo de lógica despiadada para un propósito inútil y que lo único que se puedes esperar de ella es el conocimiento de nosotros mismos–que viene demasiado tarde– una cosecha de remordimientos extinguible”. La vida es emocionante por todo lo que logramos; es una caja de trofeos. La muerte no. En ella encontramos lo que más deseamos, lo que en verdad buscamos para poder vivir: tranquilidad, esa muerte es una paz absoluta que nadie nos quitará. Morir es haber vivido lo suficiente. No es lo mismo vivir para morir porque la vida continúa su curso, dejando el resto atrás. Tener la certeza de no volver es un consuelo. ¿Por qué vestir de negro cuando debe ser una alegría por haber conseguido esa paz? Es lo más blanco que se puede ver.
Sontag tiene razón: es un misterio obsceno que no puede ser controlado, sólo se puede negar. Pero lo estamos haciendo mal. Es negar el miedo a fracasar, el miedo a desesperar por no lograr. Negar, negar, negar. ¿Qué ganamos al negar? Es no enfrentar a la realidad; debemos enfrentarla desde un principio y vivir en la balanza. Sólo así podemos entender más o menos por qué se vive y por qué se muere, aunque nunca en su totalidad.
Parece incoherente pensar así sobre la muerte pero, incluso, se debe aceptar que hay momentos en que una descripción inconsistente se acerca más a la verdad. El lenguaje de la filosofía de la vida misma no es suficiente para comprender este fenómeno de gran importancia en la vida; sólo llegará y es mejor entregarse. Entregarse en vida a la tranquilidad absoluta, a la paz del no estar.