Hoy a las diez y cuarto de la mañana perdí a siete de mis compañeros en el trayecto de Etiopía a Coyoacán, en la línea verde del metro de la ciudad. La pérdida es irreparable, me los ha robado el tiempo, después de haberlos conocido en una venta de seguros de vida. Ahora sólo queda de ellos el olor a sudor impertinente de sus trajes en mis manos. Perdona si hablo de ellos con demasiada nostalgia, yo no olvido a mis amigos.
A pesar de sus diferencias económicas, todos mis compañeros contaban historias dignas de leerse. Los acaudalados eran perezosos y tozudos, mientras los más humildes viajaban sin pagar en las propinas de los meseros. Cansados de recorrer lugares, desde la mano del taxista hasta la maleta de contrabando, conocen más de historia que los libros. Han sido objetos de corrupción y testigos de la misma, observable desde las actividades de los altos cargos gubernamentales hasta el oficio de los franeleros y policías de tránsito.
Trabajo como agente de ventas de seguros en un banco, la rutina es muy pesada y me absorbe, a pesar de ello hoy no logro consolar la pena de mi tragedia, !Por más que intento olvidarlos siguen viniendo a mi mente sus rostros colorados! El señor Azul, así le llamábamos entre nosotros, me acompañaba cada mañana hasta la parada del metro, pagaba cuatro boletos por veinte pesos y se desaparecía para encontrarme de nuevo hasta el final de la jornada laboral; Juana Verdad era de las pocas mujeres que no se maquillaba al salir, y que con su voz de poesía trastocaba los límites de la moralidad de los oficiales más honrados. Miguel, un compañero honorable de clase alta, experto en filosofía y teología, calumniaba a los integrantes del senado junto a sus partidos corruptos, que decía que poco hacían por el país, y el señor Rojo, distinguido poeta y arquitecto… ¡Basta ya, no hablaré más!, no busco despertar compasión entre los que me leen, ni mucho menos parecer un mendigo. Después de todo, para encontrar a mis compañeros, debo tranquilizarme, tranquilizarme y tranquilizarme.
Antes de salir de la oficina pedí permiso para faltar a mi trabajo por el motivo de mi tragedia. Durante la mañana del día siguiente fui de inmediato a la delegación más cercana y reporté mi caso a la dependencia de Atención a Reportes de Personas Extraviadas. Cuando llegué a la oficina correspondiente, una secretaria me pidió que listara detalladamente las características y rasgos físicos de mis compañeros. Ella lo tecleó todo mecánicamente en una forma oficial con el sello del gobierno. Después me pidió que firmara la forma y me hizo saber a través de su voz institucional, paso a paso, el proceso burocrático que seguiría mi caso:
“Señor Augusto, el gobierno se encargará de su caso inmediatamente y publicará en todos los periódicos circulantes los rostros de sus amigos. Si no aparecen al cabo de una semana recurrirán a los medios masivos como la televisión y la radio, aunque para estos medios es probable que se requiera la participación ilícita de algunos de los familiares de sus compañeros. No se preocupe, le aseguro que para su próxima quincena ya los habrá encontrado. Se imprimen diariamente y están en todo México, pero no sabrá realmente si aquellos son sus compañeros, alégrese porque son omnipresentes”.