“Quiero que algo de mí perdure después de la muerte”.
(4 de abril, 1944), Ana Frank
El 25 de junio de 1946, el mundo conoció la historia de la niña que “tuvo la suerte de ser arrojada bruscamente a la realidad”. Aquel día se publicaron las memorias que Ana Frank, la judía que nació el 12 de junio de 1929, dejó entre las páginas de su diario, esa historia que vivió durante los más de dos años que permaneció escondida de los nazis, junto a su familia, en un anexo de un edificio en Ámsterdam, hasta que en 1944 la Gestapo los descubriera y arrestara para trasladarlos a distintos campos de concentración.
Más de medio siglo después, los derechos de la marca de Ana Frank, pertenecientes al Fondo Ana Frank, con sede en Suiza, son disputados por la Fundación “Ana Frank”, de Ámsterdam. Los documentos que se disputan estos derechos integran el legado de Frank: su diario, que se ha convertido en uno de los libros más vendidos de la historia, 25 mil cartas familiares y fotografías de varias generaciones.
En 2014 Ana cumpliría 85 años, pero su historia no pudo continuar. Sin embargo, su testimonio quedó plasmado desde una tarde de 1942, cuando, viviendo en el escondite, se dedicó a realizar apuntes en su diario, escribir cuentos cortos y recopilar frases de otros escritores en un cuaderno, pues deseaba que después de la guerra su diario se publicara en forma de novela.
Ana fue descubierta, junto con su familia, el 4 de agosto de 1944. Después de ser separada de sus padres y llevada, primero, al campo de tránsito de Westerbork y luego a Auschwitz, Ana murió de tifus en 1945. El único sobreviviente de la familia fue su padre, quien ya en libertad, publicó el diario de su hija el 25 de junio de 1947; desde entonces, Ana Frank se convirtió en la voz de millones de niños quienes murieron durante el holocausto nazi.
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