“Standing on the beach
with a gun in my hand,
staring at the sea,
staring at the sand ,
staring down the barrel
at the arab on the ground.
I can see his open mouth
but I hear no sound”.
The Cure
Era el año de 1942 cuando “El Extranjero”, libro del argelino Albert Camus, irrumpía en la historia de la literatura como los hicieron las bombas áreas de la Luftwaffe sobre París durante la Segunda Guerra Mundial. La diferencia estriba en que el proyectil del premio Nobel no contenía pólvora, sino que estaba hecho de los dolores humanos, de un anhelo de dignidad, de rebeldía y del deseo de un mundo mejor. Un novela que narra la vida de un personaje cuya serie de circunstancias lo condujeron a cometer un crimen; sin embargo, el desenlace de su proceso sólo hará que su condición humana desaparezca.
Con la sensibilidad que lo caracterizaba, logró una de las críticas sociales más importantes del siglo XX. Una crítica a la apatía y al adormecimiento social que hoy, sobre todo en las grandes ciudades, persiste y se ha vuelto un problema mayor; este fenómeno se le denomina “La era del vacío”, tal como lo describe el filósofo Gilles Lipovetsky en su obra que lleva el mismo nombre. Dentro de la belleza que hay en las páginas de “El Extranjero”, se describe un suceso premonitorio de la actualidad. Un evento que puede brindarnos luz sobre lo que hoy ocurre en Oriente y Occidente.
El grupo de rock The Cure musicalizó el evento descrito por Camus en una ya legendaria canción titulada ‘Killing an arab’ —asesinando a un árabe—.
El contexto de la historia se desarrolló en Argelia, país donde confluyeron dos cosmogonías: la occidental y la árabe; la primera imbuida por el catolicismo y la segunda por el islam. Los franceses habían colonizado Argelia y los habitantes habían sido obligados a convertirse en extranjeros en su tierra. Una de las consecuencias naturales de esto es que transformaron a las personas en dos castas principales: colonizadores y colonizados.
Lo que se describe en “El extranjero” es un ejemplo de lo anterior. Mersault, el protagonista de la novela, es invitado por unos amigos a pasar unos días en la casa de uno de ellos en las playas de Argelia. Allí, en el mar que no puede ser poseído por nadie y que no admite castas ni distinciones, se desata un altercado entre franceses y árabes. Uno de los amigos de Mersault, Raimundo, había sido violento con su amante de origen árabe, de manera que los amigos de la mujer buscaron venganza.
Esto desató una reacción en cadena: los árabes iban armados de cuchillos mientras que Mersault cargaba un revólver. El acero en contra de la pólvora. La barbarie en contra de la civilización. Uno de los árabes había mostrado su arma pero Mersault, confundido por el calor, el brillo del sol y la omnipotencia del mar, le disparó involuntariamente en cuatro ocasiones. Camus concluye la escena al escribir: “cuatro breves golpes que daban en la puerta de la desgracia”.
Mersault había matado al árabe, el extranjero se había extranjerizado aún más, como sucede con todo hombre que comete un crimen. El homicidio coloca al agresor por fuera de las murallas de la sociedad y, curiosamente, el castigo consiste en recluir al culpable dentro de las paredes de la penitenciaría. El extranjero había matado a un extranjero y el juicio no podía esperar.
A Mersault se le condena a la guillotina. Había matado a un árabe, ahora el Estado mataría a un extranjero, pero, ¿qué es más severo que la muerte?; lo interesante son las razones por las que lo condenan a morir, ya que se pensaría que el tribunal decreta esta pena por le hecho de haberle disparado, aunque en este caso el homicidio se vuelve secundario.
Se le podría juzgar por parricidio y asesinato, pues al primero se le acusa de matar a su padre; a Mersault no se le condenó por la muerte despiadada de un hombre, sino por haberse entregado al desenfreno más vergonzoso al día siguiente de la muerte de su madre, por haberla enterrado con el corazón de un animal. Un hombre que mata moralmente a su madre se sustrae de la sociedad de los hombres. A Mersault lo ejecutaron por no haber llorado en el entierro frente a los ojos de la sociedad que lo enjuicia, de manera simbólica él era el culpable y debía pagar su crimen. Para los occidentales, la vida de un árabe no vale lo suficiente; en el contexto de la novela, este hombre ya era un extranjero por la fuerza de la colonización.
Camus, heredero de ambas cosmogonías, entendió el problema y tuvo la sensibilidad de plasmarlo para que pudiéramos reflexionar sobre la situación. En la actualidad, la violencia entre los occidentales y los árabes ha aumentado a cifras escalofriantes: bombas en Medio Oriente que se llevan vidas inocentes o atentados en los bastiones más importantes de Occidente. Algunos lo llaman terrorismo, otros lo llaman guerra justa. Pero la semántica, en este caso, es como un coche sin neumáticos: nos conduce a ningún sitio. Las guerras no surgen en un día, éstas se alimentan de una larga ristra de agravios añejados en las barricas del odio.
Un día un niño en Siria o en Francia que sueña con una vida, cae inerte al suelo, sin brazos y piernas, sin más aliento por delante; de la misma manera que cayó aquel árabe en las páginas de “El extranjero”. Camus nos deja claro que en nuestra sociedad, la vida de los occidentales es más valiosa que la de cualquier árabe. Tanto es así que a Mersault, finalmente, lo condenan a la guillotina por matar a otro ser occidental: su madre.
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Albert Camus es uno de los escritores más importantes y el más representativo del existencialismo, por eso descubre qué es la decadencia y el nihilismo según este autor. Así como las frases de Camus para entender el sufrimiento del amor.