A continuación otro relato escrito por la joven autora María Albuja, cuyo universo temático, en esta oportunidad, se centra en míticos personajes de la era del jazz.
PUNTAPIÉ DE AZÚCAR
La encontré afuera fumando. Me había sonreído un par de veces mirándome tocar los tambores al son de “Sugar Foot Stomp” y murmurando al oído de sus amigas que asentían con una risita infantil. Me sorprendió ver a una mulata invitada a una fiesta de neoyorquinos ricos.
—Suena bien —comenté escuchando al nuevo trompetista, Louis, acompañado de Smack al piano.
Se percató de mi presencia y en cuestión de segundos nos alejamos del salón.
—Cariño, si supieras que vas a morir, ¿cuál sería tu última canción? —Tomó asiento en una de las bancas del patio.
—Ésa es una pregunta difícil
—Eleonora Fagon —Me estrechó la mano.
Me senté muy cerca de ella, pero enseguida me arrepentí. Me sentía tan mareado que estaba a punto de vomitar si permanecía un segundo más en la banca.
—Eleonora, ¿quieres ponerte de pie? —me incorporé y le extendí mi mano para ayudarla.
—¿Para qué? —preguntó con ojos inquisidores. Sin embargo, se levantó.
—Para mirarte.
La tomé de la cintura. Llevaba un vestido dorado suelto y tenía el cabello rizado recogido y los labios rojos.
Se apartó y me ordenó: “Vamos”.
Volví a preguntarle cuál era su nombre. El whisky me impedía retenerlo.
—Eleonora, y si te olvidas otra vez, me voy —gritó molesta y aligeró el paso porque sabía que la seguiría.
Llegamos a una zona boscosa. A esa hora, los árboles adquirían tonos grises. La música de la orquesta apenas se escuchaba.
—¿Tienes frío? —pregunté al verla frotarse los brazos y la abracé porque asintió, o eso creo.
Quisiera no haber estado tan ebrio y recordar mejor la escena. Pero así era irónicamente, la época de la prohibición en las casas de ricos.
Empecé a besarle la oreja, el cuello, las mejillas hasta que Eleonora me interrumpió, apartándose repentinamente de mí.
—¿Qué sucede?
—Nada, cariño —Pareció entristecerse—, no importa —Encendió su cigarro—. ¿Hace tiempo que tocas con la Orquesta de Fletcher Henderson?
—No tanto. En realidad fue a Redman, el saxofonista, a quien se le ocurrió incluir percusión no hace mucho. Pero Louis es el nuevo, llegó la semana pasada de Chicago.
—¿Y siempre fuiste músico?
—Sí, todos exceptuando a Smack, que es químico, pero ya sabes, es negro, somos; nunca pudo ejercer. Suerte que su madre le enseñó a tocar el piano desde pequeño.
—Sabes, yo canto.
—¿Te he visto actuar en algún lado?
Se quedó pensativa y miró a nuestro alrededor cambiando de tema:
—Ésta es una escena para ponerle música, ¿no crees cariño?
Acercó el cigarro a sus labios, pero antes de que fumara le robé un beso.
—Sonaría así —le dije—, disculpa.
No pudo responder porque nos interrumpió la presencia de un chico. Murmuró algo incomprensible entre dientes y, enseguida, se retiró un zapato y nos mostró una herida en el pie que aún sangraba. No nos dio tiempo de reaccionar porque, a continuación, se acercó un hombre blanco, que acababa de salir de detrás de uno de los árboles, sosteniendo un arma que en la oscuridad parecía un cuchillo o navaja.
—Es mi cita de hoy —sollozó Eleonora, refiriéndose al último sujeto. Me tomó de la mano y echamos a correr.
Mi siguiente memoria es de cuando sostenía un nuevo vaso de whisky y me encontraba con los de la orquesta interrogándome sobre mi paradero.
—Andaba por ahí, con una chica, ¿cuál es el problema?
—¿No recuerdas? —dijo Smack. Luego, me explicó las sospechas al respecto de los negocios del hombre que nos había contratado.
—Me fijé que había prostitutas en el público —agregó Redman.
—¿No habrás estado con una…? —preguntó Louis.
Casi la señalo, cuando la vi pasar, pero me interrumpí al notar que caminaba del brazo del hombre que había herido al chico entre los árboles. En ese momento entendí que quizás lo había confundido conmigo.
—No sé dónde se metió —mentí.
Mientras se alejaba, volteó a mirarme como suplicándome que la salvara.
Años después, la volví a ver. Cantaba en un club de Harlem. Cuando me acerqué a saludarla, no me reconoció o pretendió no hacerlo. Estrechó mi mano:
—Billie Holiday, encantada.
*
Las imágenes que acompañan al texto pertenecen al archivo fotográfico de Billie Holiday
Puedes apreciar más de su trabajo fotográfico aquí.
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Repasar el pasado y revivirlo como el presente más visceral. La memoria, y no la verdad, tiene dos caras. Lee más prosa de este tipo acá.