Abrí los ojos con somnolencia, entre mis brazos encontré un bote vacío de helado de vainilla; levanté la mirada por el escándalo del televisor y me encontré con el menú de inicio de la película cursilona que fingía ver antes de quedarme dormida, sé que lloré mucho antes de que esto ocurriera, consecuencias de aprender a estar sola después de cortar. Era lo que él y yo hacíamos los domingos, atascarnos de chatarra y poner películas para arrullarnos; algunas veces no dormíamos, en cambio pasábamos horas acostados mirándonos a los ojos, hablábamos de nuestros sueños, nuestros pesares y los planes a futuro.
Mi ex no es un fantasma porque haya muerto; lo es porque a pesar de que no estar más, su recuerdo me persigue; algunas veces hasta me aconseja y todo el tiempo me hace darme cuenta que ningunos brazos me estrechaban tan fuerte como los suyos. Cuando voy a reuniones y la conversación se torna mundana, me hundo en el aburrimiento e imagino su rostro haciendo esa mueca que significaba “es hora de irnos”.
También estoy consciente que no todo era miel sobre hojuelas, las discusiones y los celos nos robaban la tranquilidad; yo sentía celos por la mujer de su trabajo y él detestaba mis malos hábitos, a veces se juntaba su mal carácter con el mío. Sin parar gritábamos ofensas hasta el punto crítico en el que uno de los dos debía marcharse, o las cosas terminarían peor.
Algunas veces charlo con su fantasma, aquella parte de él que dejé en mí; le cuento lo mucho que lo amaba cuando besaba mi frente, y al prometerme que no importaba qué pasara, todo estaría mejor tarde o temprano -y por lo regular tenia razón. Él era la única persona que lograba persuadirme de ver mis errores y frenar mis impulsos.
Pero mi tema favorito para hablar con su recuerdo es la inmensa lista de cosas que aún sueño hacer con él y sólo con él: Mirar un atardecer en alguna playa de Hawaii, escuchar sus chistes sobre piñas y collares de flores.
Regalarle una estrella y ponerle algún nombre en francés como “Sérendipité”, mucho más adecuado si lo hago mientras estamos tumbados en el césped, completamente plenos luego de cenar en un pequeño restaurante con vista a la torre Eiffel. Imagino sus ojos entrecerrados a consecuencia de una gran sonrisa; quizás intentaría decirme te amo en francés, o me diría “estás loca” cubriéndome con sus brazos y besando mi rostro.
Amaría tomar un paseo con el en el turibus, en verano para broncearme un poco; él seguramente diría que detesta el sol, sin embargo estaría a mi lado, porque con tal de estar conmigo nunca le importó el lugar.
Quisiera ir a un bar de motociclistas y provocar una pelea entre ellos; correr y correr para escapar hasta nuestra cama, donde la adrenalina se convertiría en pasión. Volver a ser uno solo y sentir mi piel sobre su piel.
Quisiera discutir en el supermercado por el color de pintura que usaremos para la sala, siempre alegando que él decoro la habitación como quiso, y el baño fue al gusto de ambos.
Quisiera tener una oportunidad para decir que ningún problema es más fuerte que el amor que siento por él y que cualquier plan es sólo con el pretexto de verlo, de construir una vida juntos.
La necesidad de volver a nuestro mundo, ese pequeño espacio donde desnudamos nuestras almas y comenzamos a amarnos de verdad y por completo. Si un día vuelve se que nunca más se irá.
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