Fotografía por Remus Tiplea
Éstos son tiempos en los que el silencio pesa sobre las banquetas y uno tiene que hacer algo, aunque resulte difícil actuar con tanta premura. Ya no vemos personas correr por las calles. Ahora se empujan en el transporte público o pelean en alguna gran avenida por ganar el servicio del taxista que pasa. Ya no hablan entre sí. Únicamente vociferan en extrañas lenguas, destruyendo la armonía de los silencios y construyendo gigantescos muros de indiferencia. Por ello es que decidimos alzar la voz, hacer un llamado a gritos de ayuda. Lo hacemos tirando las letras sobre el suelo, lanzando palabras al aire, detonándolas en pedazos y en esquirlas, esperando que se claven en todas las paredes. Buscamos que vuelen, que se las lleve la ventisca y lleguen a ese lugar donde la razón se ha olvidado. Buscamos que entren por cualquier ventana. Muchas otras veces las atrapamos en nuestros audífonos para que alguien más nos las susurre al oído, acompañadas de melodías que nos aligeren el momento en el que nos movemos de sitio en sitio. El resto de las veces, encapsulamos las letras en versos y poemas, alegoría del rebelarse, de la denuncia, del movimiento. Por eso, hoy más que nunca, nos aferramos a ellas, a un poder de conocimiento, de resolución, a un reclamo y su apertura. Éstos son tiempos en los que el silencio pesa sobre las banquetas, pero nuestras palabras tienen más peso, suenan más fuerte, se quedan más tiempo. Aquí estamos. Presentes.