El niño paseaba entre las ruinas romanas de su Gales natal con gesto sombrío y la imaginación encendida. La tarde estaba dando paso a la noche y ese ambiente era el preferido para su alma taciturna y melancólica. Columnas, construcciones derruidas y los descubrimientos que se hacían en las inmediaciones de la rectoría de su padre en forma de vasijas y figurillas de arcilla eran las principales diversiones de este infante quien también solía pasar largas horas en su habitación leyendo historias de hadas, fantasmas y misterio. Asimismo, estaba fascinado por la arqueología y la historia más oscura y siniestra.
Arthur Machen fue un niño de mente precoz cuya creatividad comenzó a ser plasmada ya entrado en la adolescencia y juventud, con relatos inspirados precisamente en esa atmósfera antiquísima por la que sentía fascinación. Antes de ello se dedicó a pasear y empaparse del ambiente de lugares de oscura atmósfera como las laderas del Soar Brook, las Montañas Negras (Black Mountains), el tenebroso bosque de Wentwood y el Valle de Severn.
Todo ello, una vez bien asimilado, lo comenzó a vaciar en su literatura, una de las que pasarían a la historia como ejemplo de elegancia e increíble atmósfera para crear miedo en sus lectores y admiración entre los estudiosos de la literatura fantástica. Sirvió el hecho de no haber entrado a la Universidad para dedicarse de lleno a su carrera como escritor.
Para financiar su carrera y no morir de hambre, se dedicó al periodismo mientras practicaba otra de sus pasiones: la lectura obsesiva de poesía, novelas, cuentos y ensayos que le otorgaron un conocimiento enorme. Gustaba de encerrarse en las inmensas bibliotecas de Londres, a donde se había mudado para trabajar y ganarse a vida.
Por desgracia para él, en 1887 sus padres mueren y recibe una jugosa herencia que le permite abandonar sus mísero trabajo como periodista y recluirse en una casona de Chilterns para dedicarse sólo a escribir, de esta estadía nace el que es considerado su mejor relato, “El gran dios Pan” (“The Great God Pan”, 1894), un cuento que Lovecraft realmente admiró y que se cuenta entre sus principales influencias literarias para crear un universo vasto de inauditas monstruosidades e historias emparentadas con antiguos cultos y civilizaciones milenarias. En este relato, Machen hace gala de su conocimiento de la antigua cultura romana y su panteón de dioses; entre los que destaca Pan, protagonista de esta trama considerada una de las mejores en la historia del género sobrenatural.
La historia no pasó desapercibida entre los lectores de la Inglaterra victoriana, causando cierto revuelo por su intenso erotismo y paganismo. Sin duda, su nueva posición económica le daba la tranquilidad de poder escribir a su antojo y de manera relajada. “El gran dios Pan” lo catapultó como una de las figuras más brillantes de la narrativa sobrenatural de aquella época.
Otra de sus grandes piezas, dotada de un precioso estilo y un clímax que pone el ejemplo sobre cómo hacer un auténtico cuento de horror es “El pueblo blanco” (“The White People”), una historia sobre antiguas brujerías y oscuros cultos practicados por pueblerinos que entran a los bosques para cometer rituales diabólicos. La atmósfera de esta narración es una de las mejor logradas por Machen y tuvo un notable impacto en la forma en que Lovecraft escribía. Esta historia también sirvió como germen para que otro de los autores destacados del horror, T.E.D. Klein, construyera su fascinante Ceremonias macabras, una novela que funge como continuación de “El pueblo blanco”.
Una vez que su fama se había acrecentado y que los críticos lo calificaban como una mente enferma y otros como una mente brillante, se dio el tiempo de entregar su autobiografía titulada: La colina de los sueños (The Hill of Dreams), en donde destacaba ese carácter soñador y meditabundo que siempre lo caracterizó desde su niñez. Las críticas que recibió sólo demostraban que Machen era un adelantado a su tiempo y que las visiones que lo poseían no tenían nada que ver con la mirada estrecha de los críticos.
La muerte de su esposa, Amelia Hogg, lo sumió en una aguda depresión que lo llevó a unirse a la sociedad ocultista, Golden Dawn. En ella convivió con otros distinguidos personajes como Algernon Blackwood, W.B. Yeats, Sax Rohmer, Bram Stoker y Aleister Crowley. Aunque era un miembro reconocido en el grupo, no tuvo una participación demasiado activa en el.
H.P. Lovecraft se deshizo en elogios hacia el galés en su notable ensayo “El horror sobrenatural en la literatura”: «Arthur Machen, con la susceptibilidad de su herencia celta unida a los intensos recuerdos de las colinas salvajes, los bosques arcaicos y las enigmáticas ruinas de los campos de Gwent, ha desarrollado una imaginación de rara belleza, intensidad y trasfondo histórico. Lleva, en la sangre el misterio medieval de los bosques sombríos y las antiguas costumbres, y es un enamorado de la Edad Media en todos sus aspectos –incluyendo la fe católica. Asimismo, se ha rendido al encanto de la vida en la antigua Britania Romana que floreció en su región natal; y encuentra extrañas magias en los recintos fortificados, los pavimentos de mosaico, fragmentos de estatuas y otras reliquias que recuerdan los días en que imperaba el clasicismo y el latín era el idioma del país».
Con su literatura llena de referencias a la sombra de un pasado inmemorial, a sitios que hacen sentir al lector en medio de una pesadilla y mitologías que regresan para llenar de locura la mente de los mortales, Machen fue uno de los primeros creadores de ese horror cósmico que después Lovecraft desarrollaría con esplendor y que convertiría en un subgénero. Sin la presencia de Machen y su horror poético, el género carecería de esa estética que el galés le supo dar a su escritura y que hasta el presente sobrevive como las siniestras deidades de las cuales habló.
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