A continuación, te compartimos “Un artista eternamente triste”, cuento sobre la depresión y ser artista, una dura relación que parece inquebrantable, como si sólo a través del dolor pudiéramos capturar la belleza.
UN ARTISTA ETERNAMENTE TRISTE
Día I – 7 de mayo
Nací con marcas inquebrantables, irrefutables. Nací para ser extraño. El destino me eligió para nacer dos meses después de la mitad del año, lo que me hace libre e imperfecto. Fui elegido para estar en el lado derecho de la vida, por eso escribo con la mano derecha, desarrollo mi hemisferio derecho, soy creativo, soy pasional, soy artista; y aunque parezca extraño, las decisiones y las oportunidades vienen por el lado derecho, vivo en la casa a dos cuadras a la derecha. Así como nací para los diestros, también nací para ser del frío, inerte, témpano de venas que se cristalizan en hielo lacerante, iceberg con centímetros infinitos de masas cúbicas congeladas, así siempre son mis manos. Nací inmensamente viejo, fui tejido en dos agujas en punto inglés, inmensamente empolvado como las viejas cosas que se dejan de usar, como las poltronas o el viejo tocadiscos que jamás volvió a sonar. Es así como nací, con marcas indelebles, indestructibles en el tiempo, visceral.
Dia II – 30 de mayo
Llegué a Neptuno insospechado y tergiversado, llegue desde la raíces, estuve ahí recorriendo cada centímetro inconstante de espacio y vacío. Literalmente me sentí como el barón rampante Cosimo Piovasco de Rondó, desde que subí jamás he querido bajar. Cada ráfaga de viento contaminado quemaba mi rostro, cada sonido etéreo de autos que colapsan la ciudad de Santiago era la melodía perfecta de una ciudad en llamas, convulsionada por los mismos patrones, por la misma síntesis de estos pueblos del sur. Sin embargo, la terraza Neptuno del Cerro Santa Lucía me ha trasladado a las pinturas del Romanticismo del siglo XVIII. Recorrí cada jardín flotante de nubes, sentía cómo la capa rozaba mi caminar entre aquellos muros monocromáticos, donde las luces y las sombras se bifurcan como se esconde la reina con el plebeyo para amarse. Desde aquí comienzo a redactar mi tratado, póstumo y visceral, de palabras que nacen como notas aclamadas desde aquel violín viejo e infeliz. Aquel músico que acompañó asfixiantemente cada paso en aquellas tierras que por primera vez pisaba. Hasta la naturaleza se percató de los desconocido que éramos. Aquí estoy íntegro, algunos dicen valiente, no sé de dónde he sacado la fuerza, pero hoy desde Neptuno aclamo que no vengo para adueñarme de nada, sólo vengo a cumplir mis sueños.
Día III – 07 de junio
He refutado cada sensación inhóspita de existencia, cada día, no sé con exactitud porque siento que me traspapelado en aquellas cartas, aquella catarsis inequívoca ante las melodías de Beethoven, en cada pulsación de letras en mi teclado de notas donde comienzo a escribir incesante, sediento de tinta para describir el alma en este espacio senil e infinito. Nací inverosímil y vetusto, cada época me pesa como les pesa a las agujas del reloj el polvo de tantas horas del día. Entre el claroscuro de Rembrandt y el sfumato de Da Vinci me he refugiado, recuerdo el tomo de historia del arte donde vivo mi infancia, entre el dramatismo de dos épocas, Barroco y Renacimiento. Narciso o retrato de un joven campesino, quizás el título de mi autorretrato; y es que así nací, viviendo en una época que no corresponde, como no concuerda la libertad viviendo en jaulas y los peces como mascotas. Miles de días, millardos de números entre mi nacimiento y cada una de esas épocas donde me devoré cada página una y otra vez, como aniquila el fuego al invierno y la Luna al atardecer. Ahora entiendo por qué cada día al salir al recreo ninguno de aquellos niños me entendía, si hasta yo mismo me había dado cuenta que dentro de mí habitaba el sello de plomo que describe mi identidad. Hoja de cecropia peltata y aroma de acícula, gorguera o lechuguilla, autorretrato, claroscuro, luz, tono, atmósfera y textura, aquí estoy sin huir de aquellas páginas donde pertenezco, de donde nací.
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La soledad es el momento en el que descubrimos que no estamos realmente solos. El ruido y vertiginoso ritmo en el que vivimos a veces nos ahoga tanto que olvidamos vivir el presente, por esa razón te compartimos las 6 lecciones espirituales que aprenderás del aquí y el ahora.