Pintura por Enrique Argote G.
No escribas, me dijo Fernando Meneses ese día que fuimos de bar en bar, robándonos la propina que la gente dejaba en las pequeñas mesas redondas. No me acuerdo qué le dije yo exactamente en aquel momento en el que tomábamos el dinero que no nos pertenecía y nos íbamos a otro bar a comprar otra cerveza que compartíamos en dos vasos de vidrio, mientras platicábamos de la universidad, de poesía, de mujeres, del futuro, de los miedos, de la horrible economía y los periódicos y de otras cosas que tampoco recuerdo ahora…
Por aquellos días, ni tan lejanos, yo salía con una profesora de la universidad quien realizaba su tesis doctoral; ella tenía treinta y pico de años y yo veintidós. Y el caso es que después de que ella se fue de la casa, llegó mi amigo y nos fuimos, en su auto, a beber a la delegación Cuauhtémoc, a caminar sus calles en busca de los bares. Y si no hubiera sido por ello, probablemente aquel día hubiese sido otro jueves más en nuestras vidas en el D.F.
Ahora que lo escribo, recuerdo también que ese día nos nació la idea de organizar una lectura de poesía en el teatro del Bataclan, en la calle de Popocatépetl, que se realizó algunos meses después con otros dos amigos quienes también leyeron sus textos. Pero el caso es que ese día Meneses tomó una servilleta de una mesa, sacó una pluma y escribió, como buen cliché de borrachera de poeta, un texto con una letra casi ilegible que decía:
No escribas, no poses la mano en la pluma
no poses la pluma al papel; sueña y vive,
no descifres, yergue tu voz y que derrame sangre,
que vuele el corazón destruyendo tu garganta,
llevándose tus venas como varios estandartes,
explotando el cielo en el más puro rojo sangre,
bermejo espejo que diera vida al grito
que nunca se ahoga.
Nunca escribas y cuando te veas en el espejo / cuando el iris choque con el iris, cuando enjuagues tu rostro en rojo,
cuando veas que el corazón,
retirado vuela, suena su bella música; retirados suenan los clarines, vuelan,
acera el puño a la madera,
golpea el pecho del aire
y alcanza el cielo antes de que se haga tarde.
No escribas, se congelarán las manos
explotará el juego de lo incierto.
Si escribes se te agotará el tiempo, te quedarás como
estatua que llora, y exprime el vicio del polvo.
No escribas, dudarás y no descifrarás el viento.
Por Fernando Meneses