Terminamos desgastados, enfermos, pálidos y hechos jirones de lo que fuimos cuando vivimos enamorados. Duele levantarse, comer, caminar y hasta respirar, pero aun así seguimos diciéndole a todos que estamos mucho mejor de lo que reflejamos; sin embargo, en nuestro momento más intimo, cuando dejamos de mentir al vernos en un espejo sabemos que nos duele, y que después de esa persona no volveremos a ser los mismos, que caminaremos incompletos.
Son las manías que no te llevaste
la pasta de dientes abierta,
las gotas de leche derramadas sobre la mesa,
tu ropa colgada sobre el ventilador.
El vacío causado cuando llegó la tarde
y te fuiste sin mí, a ninguna parte.
Son los lugares donde caminamos
llenas de gente, llenos de recuerdos.
Son las cartas aún dispersas que escribiste,
las que entre dibujos y letras
leo y releo sin encontrar en ellas
el porqué te fuiste, el porqué ya no te veo.
Son los corazones grabados con nuestros nombres
que tirados en la alfombra a diario tropiezo.
Es el lugar que no ocupas cuando manejo,
es la mano desnuda donde ya no te llevo.
Es la sonrisa alargada que ya no me ilumina,
pelo de medusa que ya no huelo.
Es tu pecho donde ya no duermo,
son tus ojos como gotas donde no me reflejo.
Es el beso de despedida que no diste,
es la canción que fue nuestra y sin saberlo
tararea la gente.
Es el silencio que ya no ahuyentas,
a quien remplazo con la televisión a cada tarde.
Pero al final de todo, lo que más duele
Es el hueco que veo en el pecho
cuando me miro al espejo.
Un hueco que ya no inundas, que ya no palpita;
que ya no vive, que ya no siente.
Te podría interesar
*
Cuando el amor termina y ya no deseo pensarte
*
La esencia de mí que veo en ti
**
Las fotografías que acompañan el texto pertenecen a la artista Evelyn Bencicova