«Diane pule espejos de mercurio para reflejar el alma del monstruo bifronte: nosotros».
–Balam Rodrigo
¿Qué es un monstruo? Se pregunta cualquier transeúnte cuando frente a sus ojos pasa alguien que no encaja en su idea de humano; aún cuando estamos acostumbrados a que la deformidad y la fealdad, no sólo de la gente sino del entorno en general, sea lo que nos rodea. En ese pensar que la belleza es hoy la verdadera cara de la monstruosidad abre una puerta del pensamiento fascinantemente nueva.
Desde los circos de freaks las personas se dieron cuenta de que la fascinación por lo monstruoso no se centraba precisamente en encontrarse con criaturas llenas de pelo o de dos cabezas, el horror está en aquello que no somos y que nos gustaría ser ─o por lo menos descifrar─ para comprender el mundo desde otra perspectiva. La visión de quien es condenado, debido a su aspecto, a ser el centro de las miradas de quienes, llenos de envidia, sólo pueden ceñir su entendimiento y sensibilidad a los mismos tópicos de la plana cotidianidad de un mundo autoproclamado como “normal”.
Claro que todos tenemos algo de monstruoso, eso se comprueba fácilmente frente a un espejo o ante la amistosa lente de artistas como Diane Arbus, piadosa emperatriz de los monstruos mas nunca del horror; porque si bien sus tomas dan fe de lo caprichosa que puede ser la naturaleza, nunca muestran imágenes ominosas. Freaks, mounstros, deformes u underdogs, antes de que cualquier adjetivo que pueda describir el aspecto de estas personas, dentro del espectador nace la intensa necesidad de aludir a su humanidad como primer calificativo.
«Toda belleza es monstruosa, aunque no hay más monstruo que el corazón».
–Balam Rodrigo
A través de la mirada de cada personaje, también se puede percibir cierta inocencia; ellos no eligieron nacer así, sin embargo, fueron traídos al mundo como ángeles enanos que construyen con su presencia una poética cuyo significado fue traducido por Balam Rodrigo en Braille para sordos; un libro que va de lo particular a lo general partiendo no sólo de la lente de Diane Arbus sino también de la de otros dos fotógrafos como Louis Daguerre y Joseph Cornell.
Valiéndose de la visión de estos tres artistas, Balam construye una voz lírica que confronta a sus lectores, los hace sentir ajenos a su propia realidad. Construye con las imágenes historias sobre la fragilidad que adquiere la vida cuando tanto exterior como interior se convierte en un escenario monstruoso visto, ahora sí, desde la connotación negativa de este adjetivo.
«“La belleza está en los ojos de quien la mira”. Este adagio es inútil para el ciego, y más inútil aún para el fotógrafo, ángel y Polifemo del dolor».
–Balam Rodrigo
Las fotografías son «máquinas de mirar», así es como describe el autor a las tomas que conviven con sus poemas para crear un espejo en el que tanto escritor como lector pueden verse reflejados como monstruos o como tendenciosas bestias que piensan que viven en el cielo, aunque todo sea una ilusión creada por un par de fotografías de la bóveda celeste pegadas en la espalda. De cualquier forma, la poética propuesta en Braille para sordos se construye a partir de la dualidad del concepto del monstruo: una belleza que no precisamente viene de este mundo y que aún así nos fascina como un perturbador fetiche que nos liga para siempre a la imperfección de nuestra propia naturaleza.