Lunes de mañana, sale un hombre de la casa 29. Bolsas de desperdicios se acumulan en su banqueta. Otra vez el camión de basura no pasó, otra vez su entrada está marcada con orina y un camino de huellas felinas recorre el cofre del coche. El hombre lanza un grito que llega a oídos de sus hijos que aún desayunan. Comprará veneno para ese gato. Su amenaza cae como un puñado de sal encima de su plato de cereal. Los dos pequeños ven en ese animal callejero lo más cercano a una mascota.
Viernes por la mañana, se abre la rechinante puerta de la casa 30. Otra vez no pasó el camión de la basura, otra vez el plato de croquetas para gato amanece intacto. El viejo habitante se esfuerza por inclinarse y recoger el cuenco. Deposita sus últimas esperanzas de volver a ver al felino en el colmado bote de basura. Lentamente se acerca a la casa 29, tiene un presentimiento. Una a una lleva las bolsas de basura del vecino al interior de su propia casa, donde buscará pistas del paradero de su desaparecido amigo. Es posible conocer a una persona por sus desperdicios.Sábado en la mañana, el hombre de la casa 29 sale dejando a los hijos solos. Más tarde, el anciano vecino abandona su hogar con una tarta en manos. Le tiemblan los brazos, pero el lugar a donde lleva el presente está cerca.Domingo de mañana. Personas de negro atestan la casa 29. Se escuchan lamentos debido al fallecimiento repentino de los dos pequeños, aparentemente intoxicados. Pero el ruido de la casa 29 es opacado por la campana que anuncia la llegada del camión de la basura.