El escritor que intentó convencer a las mujeres de que el cabello corto las hacía feas

«Su pelo ya no era rizado: ahora caía en bloques lacios y sin vida a ambos lados de la cara, pálida de repente. Era una cara fea como el pecado. Ya lo sabía ella: que iba a estar fea, más fea que el pecado». Es increíble que aún existan millones de hombres incapaces de ver

El escritor que intentó convencer a las mujeres de que el cabello corto las hacía feas

«Su pelo ya no era rizado: ahora caía en bloques lacios y sin vida a ambos lados de la cara, pálida de repente. Era una cara fea como el pecado. Ya lo sabía ella: que iba a estar fea, más fea que el pecado».

Es increíble que aún existan millones de hombres incapaces de ver las formas en las que son privilegiados todos los días a comparación de las mujeres. Su defensa natural los ha cegado durante décadas, dejándolos inconscientes de lo que sucede a su alrededor y cómo, a diferencia de las figuras femeninas, tienen mucho más libertades de lo que alguna vez han tenido ellas.

Mirando los últimos 100 años de historia contemplamos cómo las mujeres pasaron de ser ignoradas a poder votar, a ser gobernantes en un mundo dominado por hombres, a vestirse de una forma diferente a la establecida por el constructo social, a expresar su opinión. A no ser juzgadas por cómo lidian con su sexualidad, a poder hablar libremente sobre su cuerpo e incluso a poder cortarse el cabello como deseen; sin importar que, durante siglos se les obligó a usarlo largo, porque de lo contrario, según los hombres, “se veían feas” (como si fuesen un adorno para ellos).

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Eso último, a pesar de parecer mundano y absurdo, era uno de los privilegios que de forma idiota sólo tenían los hombres. Debido a que previo al siglo pasado se les enseñaba a las mujeres que debían encontrar a un marido y tener una vida como esposa, se les impusieron distintas reglas para evitar que, por alguna razón u otra, ahuyentaran a sus pretendientes y pudieran lucir complacientes. Apegándose siempre a los estándares de belleza que estableció esa sociedad machista, los cuales decían que el cabello largo, cuidado y brillante era una característica obligatoria en todas las mujeres.

Por ese motivo, cuando ellas comenzaron a cortarse el cabello, fue considerado un símbolo de empoderamiento. Por primera vez en mucho tiempo tenían el poder de decidir sobre su cuerpo y su aspecto, ignorando por completo la opinión general de los hombres. Tanta fue la fascinación que el corte bob, cuyo largo llegaba a la altura de la mandíbula con algunos arreglos a los lados o enfrente, se popularizó rápidamente; sin embargo, no era considerado respetable, ya que iba en contra de todo lo previamente establecido. Por ese motivo, algunas peluquerías y salones de belleza se rehusaban a realizar el corte y en algunos círculos se decía que sólo era para mujeres de clase baja o trabajadora.

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La literatura no se quedó atrás, y uno de los autores más reconocidos de Estados Unidos, F. Scott Fitzgerald, escribió un cuento en el que decía que el corte las hacía feas, y nada atractivas para el género opuesto. Titulado “Berenice se corta el pelo” (“Bernice Bobs Her Hair”), fue publicado en 1920, y cuenta la historia de Berenice, una chica adinerada y su prima Marjorie, quien le enseña a ser “una chica de sociedad”, mostrándole cómo coquetear con los hombres y darse a desear frente a ellos. El mejor truco para hacerlos caer, dice Marjorie, es amenazarlos diciendo que se hará un corte bob. Sin embargo, cuando la protagonista se hace más atractiva que su prima, ésta decide tenderle una trampa y hacer que se corte el cabello.

Cuando Berenice se hace el bob, todos pierden interés en ella. Fitzgerald la describe como una mujer fea, con el rostro delgado y horrendo, contrastando con la belleza de su prima Marjorie. Asimismo, la madre de la protagonista le dice que su corte causará un escándalo en su próxima fiesta, ya que sólo lo usan las mujeres liberales; sugiriendo que el feminismo de la época era para mujeres parias y de bajos valores morales.

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El problema con la historia de Fitzgerald, al igual que su magnum opus El Gran Gatsby, representa a las mujeres desde una perspectiva meramente masculina. Aunque el autor tiene cierta sensibilidad hacia el otro género, inevitablemente representa su propia visión de las cosas. De hecho, los consejos que recibe Berenice por parte de Marjorie, están adaptados de las mismas lecciones que él le enseñaba a su hermana menor, Annabel, para atraer a los jóvenes. Posiblemente, sin darse, cuenta Fitzgerald proyectaba los deseos masculinos en ella y en Berenice. Le decía que fuera coqueta, astuta, atractiva, pero más aún, le advertía que no se cortara el cabello para no ahuyentar a los hombres; imitando a una de esas mujeres “liberales”, que en realidad demostraban el poder que tenían sobre su cuerpo.

Es irónico también el hecho de que Zelda Fitzgerald, la novelista y esposa de F. Scott, fuera famosa por ser una de las primeras en adoptar el look rebelde del bob, y que, como es bien conocido, fuera la antitesis de todo lo considerado correcto para las damas en esa época. La mujer era un símbolo feminista con quien el autor tuvo relación tumultuosa llena de infidelidades y excesos. Es posible que Scott proyectara en sus personajes la belleza de lo que en el fondo deseaba de Zelda.

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Lee un extracto de “Berenice se corta el pelo”:

Veinte minutos después, el barbero giró el sillón hacia el espejo, y Berenice se estremeció al ver el desastre en toda su amplitud. Su pelo ya no era rizado: ahora caía en bloques lacios y sin vida a ambos lados de la cara, pálida de repente. Era una cara fea como el pecado. Ya lo sabía ella: que iba a estar fea, más fea que el pecado. El mayor atractivo de aquella cara había sido una sencillez de Virgen María. Ahora que la sencillez había desaparecido, Berenice era… Bueno… Terriblemente mediocre. Ni siquiera teatral, sólo ridicula: como un intelectual del Greenwich Village que se hubiese olvidado las gafas en casa.

Cuando se bajaba del sillón intentó sonreír, y fracasó miserablemente. Vio cómo dos de las chicas intercambiaban miradas; notó que los labios de Marjorie se curvaban en un gesto de burla reprimida, que los ojos de Warren de repente eran muy fríos.

—Ya lo veis —sus palabras cayeron en un silencio incómodo—, lo he hecho.

—Sí, lo has… hecho —admitió Warren.

—¿No os gusta?

Hubo dos o tres voces que de mala gana soltaron un «claro que sí», y otro silencio incómodo, y entonces Marjorie se volvió hacia Warren, rápida y tensa como una serpiente.

«Terriblemente mediocre», «fea como el pecado», «sólo ridícula», son algunas de las expresiones que usa Fitzgerald que, leyéndolo en perspectiva, resultan absurdas, extremadamente sexistas y superficiales, especialmente porque no hace referencia a su atractivo natural, sino a una simple demostración de libertad. Usando la opinión de un hombre de la época, se cree con el derecho a juzgar y a decir qué es lo que se ve bien. Aunque el autor es reconocido por textos como éste ha sido señalado como un reflejo del machismo de la época.

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Cabe destacar que a pesar de este tipo de creaciones, la época del jazz trajo consigo una revolución feminista que dio paso a distintos cambios en años futuros. Una vez que tomaron control de su propio cabello, llegaron cosas aún más grandes, demostrando que era absurdo estar bajo el control de un constructo machista en una época tan revolucionaria como esa.

F. Scott Fitzgerald es uno de los más grandes autores de la era del jazz en Estados Unidos, conocido por retratar fielmente una época en la historia de ese país. Sin darse cuenta, representó fielmente la mentalidad banal, superficial y machista de los hombres de su tiempo que se veían amenazados frente al despertar feminista de las mujeres que buscaban libertad. Sin embargo, no estaba consciente de que, al igual que su esposa, todas las mujeres lo ignorarían y avanzarían para crear un mundo mejor, libre de las ataduras de sus ideas retrógradas, incluso dentro de la literatura.

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