Una biblioteca es esencial entre la sociedad, pequeña o grande, no importa las dimensiones que tenga sino el aporte social del que ellas se desprende. Las bibliotecas guardan uno de los más grandes y benéficos bienes sociales: el conocimiento. La serenidad y el cúmulo de alegrías que yacen de lo más profundo de ellas se puede sentir en cuanto estamos y nos hacemos uno entre libros, asemejándose a un universo del que no sabemos tanto, pero queremos adentrarnos y descubrir nuevas cosas.
Juan Villoro dice que las bibliotecas son depósitos de almas, lo que definiría de manera más concreta como “Almarios” en el sentido de que registran la vida de quienes escribieron esos libros y, por supuesto, resulta un hecho innegable el descubrir y visualizar a través de las letras a esos grandes autores.
Es un silencio amoroso entrar allí y asombrarte con los libros que aguardan a ser leídos una vez más por almas ansiosas de aventurarse en historias, de enriquecer al pensamiento, de sentirse emocionado, de vivir a través de las letras de ese otro que, siendo un desconocido, se vuelve tan cercano que es difícil dejarlo ir cuando se llega a la última página.
Un libro es un ente especial que parece tener vida propia que te lleva a recorrer las grandes aventuras que por dentro guardan, algunos muy fatalistas de amor no correspondido, sufrimientos, alegrías, de terror, un sinfín de historias o temáticas distintas, pero que se vuelven parte de ti, se convierten en espejos para vernos a través de ellos, para asumir esa sensibilidad de la historia, emocionarse o gritar intrínsecamente por tan dichoso desenlace.
Respirar ese aroma que se desprende de tanta tinta, de hojas en constante uso, ese aroma inigualable a libros que esperan ansiosos a ser devorados por quienes los sujetan entre sus manos y empiezan hojeándolo hasta quedarse atrapados en aquel tumulto de letras y letras.
Sentarse a leer en una biblioteca es todo un ritual de carácter subversivo y un camino para redescubrir el pasado; también una forma de,tal vez, imaginarnos el futuro. Si alguien me hubiera dicho lo encantador que resulta una biblioteca, hace tiempo que pasaría mis tardes en la profunda tranquilidad de paredes y, sobre todo, libros a mi alrededor.