Blues

Caminaba por el centro del pueblo cuando mi vista se sintió atraída hacia un pintoresco afiche que se encontraba pegado en un poste: “El viejo del blues se despide del pueblo, viernes 20 de abril en Rectum bar”. Eso decía aquel papel endemoniado o santificado. Así que lo leí con atención, esa noche era el

Blues

Caminaba por el centro del pueblo cuando mi vista se sintió atraída hacia un pintoresco afiche que se encontraba pegado en un poste: “El viejo del blues se despide del pueblo, viernes 20 de abril en Rectum bar”. Eso decía aquel papel endemoniado o santificado. Así que lo leí con atención, esa noche era el concierto. Fui a casa, todo en orden, telefoneé a unos cuantos conocidos, sentía interés por aquel concierto, tenía una corazonada, tal vez algo malamente bueno o buenamente malo estaría por suceder. Entré a Rectum, iba en soledad, desgraciadamente mi círculo social no era de eventos de guitarras baterías, e intelectuales. Me dirigí al segundo piso de la casa, desde ahí podía observar todo el espectáculo; pedí unas cuantas cervezas, el concierto iba bien. El tiempo avanzaba, de pronto, mi mirada fue disparada hacia una mesa en la parte izquierda donde se encontraba la banda. Ahí, sentada, con ojos cerrados y una botella de vino estaba el demonio…Una cara esbelta, un cabello suelto, unos anteojos con marco negro, una silueta delgada, un ropaje oscuro, unas piernas tan bien trabajadas. Sí que era bella, no la conocía, pero imaginaba diálogos en mi cabeza. Pasaron unos 20 minutos, el concierto iba llegando a su final, por un momento me dejé llevar por la música y olvide aquella fina, delicada y sexy silueta. Ya iba por mi séptima cerveza, así que podían suceder muchas cosas. De pronto, alguien se acercó a mi lado. Era ella. Ahora la veía con más nitidez, tatuajes en sus brazos, uno que otro que se veía por debajo de su vestido, labios bastante rojos. Quedé paralizado por unos instantes, no sabía qué hacer. De pronto, salieron unas palabras de mi boca algo alcoholizadas.–¿Canta bien el viejo

–Sí, dicen que es irlandés.

–Y tú,¿ con quién vienes?

–Sola, pocos nos sentimos atraídos por este tipo de vida.–¿Quieres una cerveza? – le dije.–No, tranquilo, yo tengo lo mío – ¿mejor tú no quieres algo de vino?Un carménère veía en la botella.–Buena elección – le dije

Ambos estábamos en la misma situación, andábamos solos y buscábamos acompañar la soledad con alcohol y blues. Notaba en su mirada deseo, su llama sexual estaba apagada, era hermosa pero complicada, sus carnes pedían adrenalina y algo de compañía fugaz. La botella estaba llegando a su final.

Las botellas de alcohol son pequeños relojes de felicidad cuando se está en compañía, cuando se está acabando significa que el tiempo se acaba. En nuestro caso, que la noche terminaba, pero no podíamos permitir que eso sucediera. Así que de inmediato nos percatamos de aquella situación atroz.Llamamos al mesero y pedimos una botella de vodka. De nuevo, el tiempo se restauró y el universo siguió su curso. Ella me hablaba de literatura erótica, de lo que hacía, de lo que no y lo que nunca haría, su voz era refinada y su pronunciación perfecta. El bar ya casi cerraba, la botella iba un poco menos de la mitad, así que le dije:Esto ya está por caducar, vamos a otro lugar. Su mirada de deseo cargada de curiosidad mandó a la mierda su razonamiento. Vamos a mi casa, dijo ella. Salimos del lugar como prófugos. La noche estaba en frenesí. Borrachos a un lado, grupos reunidos con guitarras tocando algo de Morrison, de Zeppelin, del viejo Charlie, pero también otros moviéndose como lagartijas al ritmo de música sin sentido. Tomamos un taxi.

–Hacia el sur por toda la autopista – dijo ella. Llegamos a su morada, un apartamento con una bella vista. Miraba su decoración: vinilos pegados en las paredes, unas cuantas plantas, un gato dormido y una biblioteca al fondo. –¿Algo de música? – me preguntó.

Por suerte aún contábamos con casi medio reloj lleno. Un trago más, y nos dejamos llevar por la lujuria.Un beso desenfrenó la humedad de su cuerpo, se aferraba a mí espalda como si fuese a caer, su mano fue directa a donde estaba el paquete. De un intento efímero logró sacarlo al descubierto, arriba abajo, arriba abajo. Las prendas fueron desapareciendo. Sus pechos, tan redondos y esbeltos añoraban ser masajeados, su labial rojo dibujaba en el aire pequeños sonidos de placer. De pronto bajé la cabeza, y mi lengua vagó por su ombligo, pero decidió seguir bajando hacía lo prohibido.

–Ahhh… sonaba allí arriba.

Aquella mujer estaba tan candente y colorida como sus tatuajes, estaba tan entregada al placer que sólo pedía más y más. Yo, abajo seguía en mi tarea. Sus piernas temblaban, su cuerpo se movía y su respiración se hacía más sonora y profunda. De pronto, se levantó con brusquedad y me lanzó al suelo. Su boca fue directa al paquete, sus ojos cerrados hacían que se dejara llevar todavía más. Tomé su cabello con una mano para que no se sintiera obstaculizada y el momento de éxtasis estaba a punto de llegar. Vi la botella a mi alcance y tomé un buen trago. Ella hizo lo mismo para alcoholizar el sabor de su tarea. La agarré fuertemente y la llevé a la posición del canino. Sus gritos de placer irrumpían el silencio del vecindario, acompañado por una, dos, tres palmadas. Nos dejamos llevar… las caricias delicadas con las que comenzó el acto, se fueron convirtiendo en golpes suaves, eso mantenía el éxtasis vivo. Los tatuajes en su espalda me corrían la mente, sus sonidos de felicidad cargaban mi lujuria.Hicimos lo mismo con una que otra posición. El reloj ya casi marcaba el final. Desperté y sentí como la soledad de nuestras carnes llegaban a su fin. Un baño rápido, un desayuno apresurado y una voz ya sobria que decía:

–Anota mi número nene, estaremos en contacto.–Claro nena, ¿cómo es?Tomé el bus hacia mi casa y aquella noche se convirtió en muchas otras de blues, alcohol y tatuajes al descubierto.

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