Manejaba con gusto hacia el trabajo. Escuchaba una canción por la radio mientras cantaba plácidamente, sonreía a los conductores que pasaban a su lado y les sorprendía con su buena actitud, el cabello le bailaba de un lado a otro mientras sus ojos coquetos miraban cuanta cosa hubiera enfrente indiscriminadamente y seguía el ritmo de la música a todo pulmón. Eran las ocho de la mañana y debía llegar al trabajo en media hora, y aun así, aunque pudiera tardar más, seguía cantando, no le interesaba que la vida transcurriera mientras ella se movía y seguía torpemente el ritmo de la canción. La gente la miraba con intensidad, la juzgaba por su actuar extraño, se contoneaba libremente de un lado a otro.
Las luces de los semáforos cambiaban de verde a rojo; la situación se tornaba en cuanto el semáforo mostraba esa luz verde, apretaba los dientes, se sujetaba del volante con fuerza y empujaba al fondo el pedal, lanzándose a alta velocidad por las calles de la Ciudad Siner sin control, de un lado a otro, de esquina a esquina mientras se acercaba con tan poco miedo a los vehículos, y daba las vueltas cerradas sin poner freno, era hábil en el volante. La gente no entendía su comportamiento, ni siquiera ella se comprendía, giraba el volante a un lado y a otro con una velocidad impresionante mientras sentía que su corazón salía de su pecho, ¿acaso deseaba morirse? Era la cuestión que cualquiera que la viera arrasar el camino con sus habilidades pensaría. Los semáforos acababan, pero ella no quería que fuera así, en la energía que aplicaba a cada una de las vueltas residía la prueba de su dolor.
Cantaba una y otra vez mientras seguía avanzando. Podía sentir cada vez más fuertes y grotescas las miradas de la gente afuera observándola, juzgándola de loca. ¿Cómo una mujer podía ser tan irresponsable? ¿Cómo podía alguien pensar tan poco mientras cínicamente escucha Madonna en su radio sin que algo de afuera le interesara? Eso mismo dijo su novio días antes, cuando ella intentó ser buena en lo que quería, cuando en el trabajo se presentó la oportunidad de viajar a París con todo pagado por asuntos de la empresa, la tenían a ella en planes por ser la mejor en asuntos de negociaciones; su novio había comentado que eso no era adecuado: “piensa en tu padre, está enfermo, ¿quién lo cuidará?”. ¡¿Qué no podía hacerlo él?! Se suponía que eran una gran pareja, que él le había dicho ese día de magia fingida que procuraría siempre bajarle la luna y las estrellas, que su vida entera sería una perla y que siempre haría todo lo que le fuera posible e incluso aquello que no, para entregárselo, para que no le faltara algo; ¿AHORA DÓNDE SE HABIA IDO EL AMOR?
Con su padre pasó la misma historia, siempre vio por ella y decidió por ella, creía que le hacía un bien al hacer que el mundo le diera lo que quisiera a su princesa, ahora mismo pasaba por momentos difíciles con su esposa, a la cual, igual que su novio, le había prometido que nunca la abandonaría, era supuestamente tan hombre que no sabía cómo expresar sus sentimientos más que al trabajar, más que siendo un esclavo de las personas lejanas de su casa, mostrando que puede hacer cualquier cosa que los jefes le pidieran y siendo nada para lo que su familia le rogara.
Otra esquina y un repentino giro, otro semáforo que cambiaba a verde y pisaba el acelerador por completo, cortaba el viento matinal con la fuerza de un relámpago. Estaba harta de ser considerada la chica que debía lavar los trastes, la que debía encargarse de los papeles en la casa, su madre repentinamente le reclamaba: ¡Yo a tus 30 años ya tenía un hijo! Las cosas querían que avanzaran tal cual los roles de género tan obsoletos, aún en una sociedad tan moderna como la actual recurrían a esos cánones tan vanos. Aún con todo eso encima, aún con las heridas que la gente a su alrededor le provocó, los estigmas de gente que consideró amigos cercanos, de las personas que la juzgaron sin razón alguna, de un amigo que iban a operar en unos días, de una familia que poco le apoyó, aún con todo eso y más debía sonreír ante el mundo por ser una dama.
Seguía cantando con la velocidad del vehículo al tope, avanzaba lo más rápido que pudiera por las calles vacías y se detenía poco en las vueltas ansiando en sus adentros atropellar a unas cuantas personas, para poder saber si los bruscos golpes le podían causar una mayor sensación a su trago amargo de la aburrida rutina. Le sudaban las manos y la frente, era demasiada tensión que había tenido, desde hace meses que no podía sacarla, siempre tuvo que ser la persona que debía mostrar calma, serenidad mesiánica ante los demás o seria completamente señalada. Cantaba en voz alta, lo cantaba cada vez con más fuerza, sacaba el aire existente en su cuerpo para expedirlo con tanto enojo.
Llegó al trabajo frenando de golpe, por poco atropella a un empleado. Se tranquilizó y se levantó un mechón de cabello que le cubría. Salió del auto y sonrió, como si nada pasara, como si fuera una buena mujer.
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Amar la espera, amar lo impalpable, amar aquello que no está a nuestro lado para decirle que nos gustaría que estuviera… son de las cosas más difíciles, por eso, si te encuentras en una situación parecida, estos poemas te podrán ayudaran si eres de los que aman sólo a la distancia.