Llegó en silencio y sin llamar la atención. No parecía un tipo especial. De mirada seria y semblante duro pasaba desapercibido en cualquier lugar. Se registró en la recepción de un hotel arrabalero en la capital de Buenos Aires. Traía una valija de ropa veraniega en pleno invierno. En su ignorancia supuso que el clima argentino sería el mismo que el del Caribe centroamericano.
Esa noche en particular era especial. Celebraba su cumpleaños número “30”. Llegó al tercer piso sin haber tomado un ascensor. Después de reposar un par de horas en la habitación alquilada, se dispuso a ponerse guapo para aventurarse a festejar. Salió a la calle con una chaqueta ligera que por suerte traía entre sus prendas empacadas. Sin amigos ni contactos a la vista caminó a cualquier rumbo. La noche y la calle le mostraban la algarabía del momento. Se detuvo a comprar un chori-pan, antojo típico que consta de un chorizo metido en un pedazo de pan aderezado con “chimichurri”, una mezcla de perejil, ajo y pimiento que le daba un sabor generoso al paladar. Allí estuvo admirando el panorama masticando el tiempo.
Al término del bocado se escurrió hacia el primer bar que encontró abierto. La música estruendosa que salía de aquel lugar prometía un fiestón de novedad.
Al interior sólo había un par de mesas ocupadas. Una de ellas estaba repleta de mujeres (para ser exactos, eran seis). Dadas las circunstancias, aquello era una multitud. Sin zopilotes a la vista se miró con ventaja ante la situación.
Pidió un trago. Lo que se estila por aquellos lares es el licor Fernet: una bebida elaborada a base de hierbas varias, maceradas en alcohol y uva.
Pidió uno. Le gustó. Ordenó el segundo. Se relajó. En el tercero ya sopesaba la estrategia de seducción. Para el cuarto ya se sentía poderoso. Sintió el cosquilleo correr entre sus venas. Era el momento para salir a la conquista. Las mujeres de aquella mesa estaban en el cotilleo propio de la escena. Él ,de reojo le clavó la mirada a una chica risueña de bucles dorados. Con paso discreto llegó sin preámbulo.
Jaló un asiento de una mesa contigua y se acercó hacia el objetivo.
Saludó a todas ignorando un poco a la elegida. Poco a poco se fue entrometiendo en la charla. Las chicas eran de Chile, ¿”cachaí”?
Paraba oreja y arrojaba uno que otro comentario cotidiano propio del flirteo. Con sutileza logró inmiscuirse en el corazón de la plática. Para ese instante la chica de los bucles estaba atraída hacia él, un poco por su indiferencia, otro tanto por las risas que arrancaba a sus amigas y a ella misma. Su simpatía corría como lo hacía el Fernet en la garganta.
Empezaba con un desinterés sutil provocativo, seguía con la demostración de atención sin elevar el ego de las consciencias femeninas. Proseguía con las charlas picantes sin acentuar ningún hecho en específico hasta crear una atmósfera de empatía. Para ese lapso ya sólo tenía que extender sus manos toqueteando la cintura, algún hombro o pierna seleccionada. La expectativa estaba al punto. Después de unos cuantos cachondeos se levantó de la mesa femenina para ir al sanitario. El bar seguía semivacío. Sin chismosos a la vista, la chica le siguió sin reparo.
Una vez dentro del baño se besuquearon y metieron mano a sus anchas. Se calentaron aún más hasta que ella le sugirió que se largaran a la chita.
Bien posicionados en el hotel, ella se desnudó mostrando sus encantos. Su cuerpo exponía formas joviales y acariciables. Su experiencia contrastaba con sus carnes. Parecía una monja arrepentida. No obstante, había que culminar lo iniciado.
Un coito nada especial aconteció. A la mañana siguiente, la chilena se vistió y se marchó sin decir adiós. No había nada que despedir.
Al cabo de algunos días se fue adaptando al contexto. Las mujeres argentinas le producían un frenesí especial. Rubias , blancas, morenas, apiñonadas. La belleza representaba mayoría. Era un festival a toda hora y en todo lugar. Caminó por algunos barrios emblemáticos: Belgrano, Recoleta, San Telmo, Palermo, Puerto Madero, La Boca, Floresta… por citar algunos. Anduvo sin calendario ni agenda a la búsqueda de experiencias diversas. La costumbre tiene fuerza y peso.
Después de diez días ya tenía sus sitios predilectos. Por la mañana se perdía en el centro de la ciudad. Le gustaba admirar el obelisco de La Capital, situado entre las avenidas Corrientes y Nueve de julio. Después de su contemplación silenciosa se iba a almorzar un par de empanadas en uno de tantos sitios de la zona. Al medio día se paseaba por las tiendas de ropa en busca de números telefónicos de la chicas dependientes que atendían las boutiques. En pleno martes ya tenía promesas de citas a partir del jueves.
“¿Vos de dónde sos? ¿Qué hacés por acá? Andáte a la concha de tu madre. Pelotudo de mierda. Vení acá nene” eran algunas respuestas que a diario recibía de las mujeres que perseguía. No se preocupaba por el rechazo. Para él no era más que un estado mental. Además, en aquella huerta la cosecha estaba para apostar la suerte a la probabilidad y estadística pura.
Después de que el sol caía, se adentraba en calles aledañas a las avenidas principales para retratar un poco más el encanto y crudeza de la ciudad.
Museos, panteones, parques deportivos, bosques protegidos, teatros, puticlubs, cafés, librerías… recorría todo sin limitarse.
Al caer la noche regresaba al hotelillo a retozar el cuerpo y ordenar los pensamientos.
Ya bien duchado y perfumado se enfilaba al barrio de Palermo “Hollywood”. Allí encontró un bar acogedor que por suerte abría de lunes a domingo, sin excepción.
Nada más llegaba, se dirigía a la barra a ordenar el clásico “Fernet”.
Las mujeres arribaban al lugar cargadas de ansias por pasarlo bien. Con la misma cara dura y seriedad aparente saltaba de un lado a otro en busca de la conquista. Había otros extranjeros a la vista. Sin embargo, él confiaba en la palabra: más poderosa y efectiva que el atractivo físico. No era lindo, ni bello, mucho menos guapo o interesante.
No poseía pedigrí. Era un callejero “corrientito”, de esos que no se detienen ante ceños fruncidos o insensibilidades marcadas. Se metía en la pista de baile y con cara de pocos amigos soltaba una que otra frase que intrigaba a la chica en turno. Movía un poco su pie derecho y apretaba los dedos de ambas manos como queriendo expresar que estaba ambientado.
Hacía como que se quedaba y se marchaba. Silencios breves con pronunciamientos cortos surtían efecto. Las chicas le respondían con intriga. No importaba el contenido, la actitud y tensión es lo que contaba.
Ya una vez enganchadas, lo demás fluía . Ahora sí recitaba toda clase de ideales, aseveraciones, teorías, tesis… Todas ellas encaminadas a la estocada final, al instante candente, al final perseguido por tantos y alcanzado por unos cuantos.
Sin mujeres este mundo sería nulo, aburrido, inhóspito , desgraciado. Menos mal que abundan en todos los confines del planeta, reflexionaba el “duro” mientras acechaba al objetivo.
No todo era miel sobre hojuelas. Una noche conoció a una chica veinteañera. Expectante, en la barra estaba mirándole con paciencia. Ella charlaba con otra mujer nada atractiva. Él aguardaba; tan pronto se levantó del asiento la acompañante poco agraciada, se abalanzó a la caza. Tomó asiento sin presentarse. Se acercó a contarle lo primero que le vino a modo. La sonrisa hizo acto de presencia. Surgieron las preguntas típicas:
-¿Vos de dónde sos? ¿Venís con frecuencia ?
El asentía y elevaba la conversación a otro tono, después la bajaba, le ponía pausa, la dramatizaba, la encendía… Todo lo hacía con elocuencia fina, precisa.
Antes de que la besara apareció la que se había marchado.
Sin dejar que prosiguiera le atajó con un sablazo verbal:
-¿Y vos, quién eres? Te he visto por acá a menudo ¿Qué haces ?
Él iba a responder cuando ella volvió a interrumpir:
-¡Eres un “shamushero”! ¡No lo sabré shhyo! ¡Eres uno de los buenos ! Te he visto por acá. ¿Sabes quién es ella?- Señaló a la acechada- Es mi hermana pequeña, ¡boludo!
El sin decir nada le invitó un trago. Le preguntó otras cosas acerca del rumbo y el sitio. Poco a poco le hizo olvidar la excitación previa. Comenzó a trabajarlas, como no, a las hermanas. En un descuido ligero la mayor volvió a la carga :
-Vos eres un “shamushero”… pero me gustas para mi hermana. ¡Hey flaca! En la heladera está un Fernet completo. Andáte con el chavón, no tiene pinta de asesino, ¿o si ?- Le miró con fuerza.
El chavón respondió con una sonrisa. La pareja salió bien bendecida por la hermana fea.
Ya en el taxi se dieron con todo. Ella chupándole los labios y lengua, quería acabarse el mundo en ese instante. El viejo lobo le tocaba las partes que encienden sin distinción. Al llegar al “telo” (hotel) se acomodaron sin problemas. Bien empiernados ella le pidió que la penetrara a fondo .
Él intentó extraer del pantalón el preservativo. Pasaron unos minutos y nada . No había globo para la fiesta. Ella indignada , él frustrado, amargaron el aire. Sin dejar lugar para el convencimiento, la pequeña hermana tomó sus bragas y se vistió de inmediato. No hubo forma de contrarrestar la indignación. Sobra exponer el desenlace.
Con el orgullo herido, a la noche siguiente volvió a acudir al bar estrella. Mecanizado se fue por su Fernet y se dedicó a husmear por el lugar. Encontró una chica decidida bailando con garbo. Eso le atrajo. Comenzó a desplegar su estrategia. La mujer no se cocía al primer hervor. Vigilante, observaba sus ademanes. Sin dejarlo acabar le interrumpió sin empacho:
-Boludo, ¿a poco no somos fantásticas? Mejor que las brasileñas culonas ¿ah? Las chilenas aburridas, las colombianas operadas y todas las otras del centro. ¡Somos las mejores! Además de lindas, extrovertidas ¡Mira como bailamos!- Ella le restregaba sus carnes. Él las recibía con alegría. A paso reaccionario la seguía.
Se emborracharon de lo lindo.
Ella le invitó a dormir en casa.
Tomaron un taxi.
Tan sólo pisaron suelo firme ella sacó de la heladera, para no variar, un Fernet. Le dieron duro al trago. Bien mareados se dirigieron a la alcoba. Ella se desnudó y se metió a las sábanas.
Él hizo lo propio y se quedó en calzones. Ya acostados ” la mina ” pidió lo suyo. Lo suyo nunca llegó porque el galán no pudo sostener una erección. Litros de alcohol vencieron el deseo físico. El mental también iba en picada. La elocuencia no alcanzaba para culminar el acto. Las palabras sólo servían para engatusar las ansias. Al final de la noche la verdad se expone sin máscaras. Por una u otra razón el engaño sólo alcanza para entretener una promesa, aquietar o excitar la fantasía. Se masturbó para calmar su frustración. Él roncaba inconsciente, derrochando lo poco que le quedaba de encanto. Ella se levantó a servirse un trago más. Entre ronquido y silencio contempló su suerte.
-¡Boludo, pelotudo de mierda!- balbuceó.
No hubo nada más que decir.