Los chicos solitarios como nosotros sólo bebemos café

Los chicos solitarios como nosotros sólo bebemos café

Los chicos solitarios como nosotros sólo bebemos café

El mal clima no daba tregua. La mezcla de frío y lluvia nunca había sido mi ideal para una tarde solitaria caminando por las calles de Cholula, un lugar mágico donde las leyendas se hacían reales y lo real se hacía una leyenda. Por cada gota un paso y por cada paso un pensamiento inundaba mi memoria haciendo pasar por más de un demonio, nunca he disfrutado de un recuerdo errante en mi mente; además el frío estaba calando mis huesos haciendo que mis dientes comenzaran a temblar; tenía que entrar a un sitio caliente donde una toalla fuera lo más valioso.

Entre esos saltos de agua que los conductores feroces provocaban y el vapor que salía flotando del adoquín por el contraste entre el sol de todo un día y una lluvia repentina pude vislumbrar una fachada tradicional, con un color amarillo y azul vivos y mexicanos y una puerta abierta de la cual pendía un sólo letrero: La magia de un buen café.

Pensé que quizás una línea punteada de aroma a café y una ola de calor saliendo de la entrada serviría como una buena guía, soy muy curioso y dicen que la curiosidad es algo que se paga caro, pues ahora estaba listo para averiguar cuál sería aquella magia escondida entre esas semillas de color café oscuro.

Adentro me encontré con un salón elegante, al puro estilo victoriano, algo que no correspondía con el aspecto clásico mexicano del exterior, el equilibrio entre España e indígenas, entre Cholollan y Cholula de Rivadavia, así que me quedé con más preguntas que respuestas, aunque éstas podían esperar, al fondo del salón había un par de sillas Luis XV esperándome al lado de la chimenea, hecha en cantera más pulida que el cristal de un espejo en un probador de tienda departamental.

Pedí un café, bien cargado y bien caliente para evitar el sueño o para evitar la hipotermia, eso no lo sabía, también agregué un pequeño pastel Red Velvet, mi favorito o al menos el favorito de quien alguna vez me acompañó en mis noches de desvelo con un postre del mismo color que la pasión. Me senté después de tomar mi pedido, fue una suerte haber llegado vivo al calor de la chimenea; dejé todo en la pequeña mesa que estaba frente a las sillas y me dispuse a quitarme la chaqueta mojada cuando sucedió.

—Creo que te has mojado bastante. ¿Que acaso no sabes que existen los paraguas?— esa voz me sacó de mis pensamientos, incluso me quitó el frío.

Una conversación comenzó en el seno de una chimenea que nunca amenazaba con apagarse, al menos si lo hacía nuestro calor corporal la hubiera reavivado. Entre palabras y entre experiencias, recuerdos, risas y momentos incómodos nos fuimos dando cuenta que existía un campo de fuerza entre los dos, tan extraño que un físico podría ganar el Nobel de descubrir su nombre, por lo que la conversación fluyó más relajada y más cordial, más en confianza, más cercana.

Poco a poco nos dimos cuenta que el calor de la leña y un café no era suficiente, al menos no para reconfortar el alma, para quitar el frío en nuestro corazón por lo que decidimos salir. Dejamos las tazas en la barra de café y nos dimos cuenta de que la magia era real, la magia existía y la magia se había dado en ese café mientras la lluvia comenzaba a caer en grandes cantidades y el molino giraba a gran velocidad.

Dicen que las buenas historias no comienzan con un vaso de leche ni con un café, pero esta vez el chico solitario se dio cuenta que el paseo por los adoquines durante un chubasco predecible no era la mejor opción para darle un giro a su vida, para sentirse acompañado. Al menos esta noche el chico solitario se dio cuenta que la magia de un café podría calmar a los demonios, al menos por una noche.

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Amar la espera, amar lo impalpable, amar aquello que no está a nuestro lado para decirle que nos gustaría que estuviera… son de las cosas más difíciles, por eso, si te encuentras en una situación parecida, estos poemas te podrán ayudaran si eres de los que aman sólo a la distancia.

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Las fotografías que acompañan al texto pertenecen a Bree Anna Lasher y Summer Rae.

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