A continuación otro relato de la joven autora María Augusta Albuja, quien con su poética pulcra, directa y precisa construye una narrativa que roza los límites de lo real y lo soñado.
Gus y el científico
Amo a mi mujer. Mi mujer está muerta.
Rich
P.D: Por favor, disculpa que no eche esta carta al correo,
pero no conozco tu nueva dirección
—carta de Richard Feynman a Arline Greenbaum
Me esperaba apoyado en su bicicleta sosteniendo unos girasoles. Verlos me dio escalofríos, seguía pensando en la canción.
—Gracias
—Me habías dicho que ya nunca te regalo flores, quería sorprenderte.
—Sí, Gus, gracias —susurré, dándole un beso.
Pareció decepcionado con mi respuesta pero no hizo ningún comentario.
Más temprano, había salido disparada de la oficina. Los lunes son para morirse.
En el camino me estacioné en una cafetería para tomar algo antes de ir a casa. Necesitaba distraerme y Gus siempre llegaba a la hora de la cena.
Mientras ordenaba una cerveza, presentaron al grupo que animaba esa noche.
Abrieron con un cover de Belle and Sebastian. Sonaban bien.
Después de presentarse, la vocalista anunció:
—Ahora, una de las nuestras.
La canción hablaba sobre un físico que, tras la muerte de su esposa, se hallaba en estado de negación; entonces vio un vestido en la vitrina de una tienda y lo compró para ella.
—¿Pedimos pizza? —preguntó Gus, interrumpiendo mis pensamientos.
Me desperté en la madrugada. Había estado soñando que moría. Gus me ponía un vestido y me daba vueltas al son de Belle and Sebastian. Luego, me lanzaba a una fosa. De pronto, aparecía en mi funeral con mis padres y hermanos llorando.
—Le quedaba tan bien ese vestido —decían.
Colocaban junto a mi tumba las flores que me había regalado la noche anterior.
Me levanté a tomar agua.
—¿Estás bien? —preguntó Gus entre sueños.
—Tuve una pesadilla. Tranquilo, vuelve a dormir.
No respondió, pero cuando sintió que volví a la cama me dio un beso en la frente y me abrazó.
No pegué un ojo el resto de la noche, pero no me moví para no despertarlo.
De camino a la oficina, no podía dejar de fijarme en las vitrinas con vestidos. Por la tarde, volví a la cafetería.
—¿Qué te sirvo? —preguntó el chico que atendía en la barra.
—Un café con leche. ¿Tocará el grupo de covers de Belle and Sebastian?
—No, hoy tenemos un pianista, más clásico.
—Eran buenos, los de ayer.
El chico asintió.
—Me sorprendió esa canción, la que hablaba del científico y el vestido.
—No eres la primera persona que lo dice. Aquí tienes tu café.
Terminé la bebida y salí. Llovía.
Gus no estaba cuando llegué a casa. Le marqué varias veces al teléfono, pero me contestaba su buzón de mensajes.
Sentí ganas de llorar mientras preparaba la cena. Pensé en qué haría, si algo le llegaba a suceder.
Antes de conocerlo, no me importaba vivir y cenar sola, incluso lo disfrutaba, pero después de Gus, mi rutina previa fue perdiendo sentido…
—No te abrazo porque te voy a mojar —Caminó directo al baño—. El tráfico está espantoso.
—Espera —Lo detuve y lo besé—. ¿Te preparo un té?
—¿Qué te sucede hoy? —preguntó riéndose y se metió a la ducha.
Volví a la cafetería la próxima vez que el grupo de covers de Belle and Sebastian tocó. Esa vez, con Gus.
Cuando sonó la canción del científico y el vestido, me susurró al oído:
—¿Y no se le ocurrió inventar algo como una máquina del tiempo?
Le sonreí y nos sumamos a la multitud que coreaba.
*
Las imágenes que acompañan al texto pertenecen a India Earl.
Puedes apreciar más de su trabajo fotográfico aquí.
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