Texto por Laura Amor
Es curioso que siempre pidamos tiempo: tiempo para pensar, tiempo para sanar, tiempo para valorar, sin embargo, tiempo es lo que menos tenemos. La vida pasa, se va, transcurre todo en un instante, ¿por qué no entonces el amor se debe vivir así? Fugaz y hermoso. ¿Quién dijo que teníamos que seguir un manual de instrucciones y creer en todo lo que leemos en las publicaciones espirituales, en los libros de Walter Riso, en lo que esa amiga nos dice qué es “correcto”?
A veces estamos tan rotos por esa persona que se fue que cuando llega otra a escarbar en nosotros, lo pescamos rápidamente, lo idealizamos como “el salvador”, sin miedo a que sea mejor o peor. Pero el golpe inesperado es cuando dentro de ese choque de coincidencias nos damos cuenta que quizás el tiempo de duelo no existe bajo un protocolo, el tomarse una temporada aislada tampoco, tal vez esa persona que llegó para recoger las piezas rotas así tenía que llegar; curándonos, pegando cada pedazo que se partió en aquel pasado intento, aguantando las borracheras y vernos llorar por quién sabe quién, decidiendo quedarse, porque aunque estemos locos, dañados e imperfectos, valemos la pena tal cual.
Porque esta persona realmente nos está viendo. Y entonces estás ahí, con “el que llega después”, con recuerdos del otro, ¿qué te hace falta? Si nunca estuvo contigo en las reuniones de tus amigos porque tenía que trabajar, nunca se quiso quedar cinco minutos más, nunca supo escuchar lo que te pasaba, aunque gritaras por dentro, ni siquiera quiso ver ese chick flick que tanto te gustaba porque le parecía ridículo.
Estás ahí, con alguien que te ayuda a bañarte cuando estas hecha un trapo, que te hace de cenar cuando no puedes salir de la cama, que se aventura a conocer todo de ti, cada movimiento que haces y cada expresión de tu cara, que escucha canciones de historias tristes contigo, y lo mejor es que le encantas. Estás VIVA y SIENTES.
El amor de tu vida no debería ser aquel que te hace el amor como un desquiciado, el que siempre usa lentes oscuros, ni ese que te hace sentir descargas de adrenalina cada día, no es el típico que te va a buscar al aeropuerto cuando estas a punto de tomar el avión, es ÉL, el que ha llegado sin pedir nada, sigilosamente, queriéndote en blanco y negro y, aunque seas un desastre por fuera y más por dentro, se queda. Al final, todos merecemos a la persona que se queda.
***
Te puede interesar:
Cuando una ruptura amorosa duele tanto que superarla parece falso
Ojalá nunca acabara esta noche