Texto por Cesiah Muñoz
Siempre pensé que para tener una relación exitosa era necesario estar a lado de una persona que primero fuera tu amiga. Quizá me dejé influenciar por la relación idílica que tienen Mónica y Chandler en la famosa serie Friends, de la que por cierto soy fanática, o la película Día de los Enamorados, en la que Ashton Kutcher y Jennifer Garner son dos mejores amigos que terminan enamorándose. También podría mencionar la película Si Yo Tuviera 30, en la que Gena y Matty, amigos desde la infancia, se enamoran y viven felices para siempre. Existen miles de historias y películas que durante mi adolescencia reforzaron mi idea de que el amor de mi vida sería mi mejor amigo.
¿Qué puedo decir? Realmente disfruto los chick flicks, y yo realmente creía que si tenía una relación con mi mejor amigo las cosas iban a salir bien y serían maravillosas, pero no fue así. Existen consecuencias de salir con tu mejor amigo y se las voy a contar: Cuando llegué a lo que sería mi primer empleo formal para liberar mi servicio social, conocí a Roberto. Debo admitir que desde un principio me cayó bien y bastaron unos cuantos días para que me sintiera atraída hacia él. En ese entonces, Roberto pasaba por un momento complicado en su vida personal, que por respeto a él no voy a mencionar. Yo tenía apenas 24 años y por supuesto que me dio miedo estar con una persona con tantos problemas, así que opté por descartar completamente una relación amorosa.
Durante los siguientes cuatro años Roberto y yo construimos una entrañable amistad. Nos hicimos muy unidos, nos contábamos nuestros problemas, nos divertíamos juntos, nos aventurábamos con nuevas experiencias y nos aconsejábamos. En ese tiempo ambos tuvimos relaciones amorosas y nunca existió un cariño más allá de la amistad. Roberto se convirtió en mi mejor amigo, tal vez el mejor que he tenido.
Hace un año terminé una relación larga e intensa que me dejó muy lastimada y vulnerable. El 31 de diciembre, en vísperas de Año Nuevo, me enteré que mi exnovio había terminado conmigo porque ya estaba viendo a otra persona. Recuerdo que le llamé llorando a Roberto y él inmediatamente fue a verme para darme consuelo. En el periodo de mi recuperación él estuvo siempre a mi lado. Empezamos a pasar más tiempo juntos y sin darnos cuenta ya nos habíamos enamorado.
Intoxicada por mi idea juvenil de que enamorarme de mi mejor amigo era lo mejor que me podía pasar, viví unos meses llenos de amor y alegría a lado de él. Reímos juntos, viajamos juntos, dormimos juntos e imaginamos un futuro en el que nos amábamos para siempre. Me convencí de que él era el amor de mi vida y que no podía ser más afortunada. Nos hicimos la promesa de querernos toda la vida y que no se nos acabaría nunca la gasolina, como en la película del año 1998: Los Amantes del Círculo Polar.
Nada puede ser perfecto para siempre y lentamente las cosas cambiaron; empezaron a multiplicarse incidentes casi insignificantes que concedieron de manera peligrosa, el barniz de la trivialidad se agrietó, dejando paso a inquietantes hipótesis. Pasamos de las risas a las discusiones y de pronto una mancha negra cubrió nuestra relación. Por primera vez en cuatro años de amistad nos gritamos, nos insultamos e incluso nos despreciamos.
No me voy a detener a contar los detalles de cómo nuestra relación se fracturó. No voy a decirles que Roberto fue el culpable porque no es así, ambos lo fuimos, ambos dejamos que las cosas entre nosotros se echaran a perder y caímos en un remolino oscuro y denso, como si se tratara de uno hoyo negro del que no podíamos escapar. La hermosa amistad que un día tuvimos se contaminó de rencor, celos, llanto y dolor.
Cada que discutíamos llegaban a mi mente todos los buenos momentos que habíamos compartido cuando éramos amigos y eso me impulsaba a seguir en una relación tóxica y autodestructiva. No quería ser yo la que lastimara a una de las personas que más quería. No me di cuenta que el hecho de seguir en una relación que ya no tenía futuro era mucho más dañino para los dos. Roberto fue quien tuvo la iniciativa de terminar con la relación. Lloré desconsoladamente en sus brazos y como una niña pequeña le supliqué que no me dejara, que me diera otra oportunidad, que luchara por nosotros, pero él estaba decidido y me fulminó diciendo que la gasolina se le había acabado.
Por unos días me inundó una sensación de vacío y tristeza. Mi corazón se había roto en mil pedazos, me sentía fatal porque ya no podía platicarle a mi mejor amigo lo que me estaba pasando. Pero al igual que como la grieta que se abrió y dejo entrar lo malo, se abrió una nueva que dejó entrar lo bueno. Poco a poco empecé a sentirme mejor. No pasó mucho tiempo para que me saliera una carcajada y sin proponérmelo surgió dentro de mí una fortaleza que nunca había sentido. Realicé una introspección y me di cuenta de todo a lo que había renunciado por forzar algo que no podía ser. Disfruté mi soledad, mi compañía, valoré a mis amigos y familia. Sin duda me siento más plena y feliz de lo que me sentía cuando estaba con Roberto. No obstante, aún pienso en él. Le echo de menos, no como pareja sino como amigo, como mi mejor amigo.
Ha pasado poco tiempo desde que terminamos, y durante ese tiempo hemos tenido poco o nulo contacto porque yo así lo pedí. Sé que no es momento para recuperar nuestra amistad pero espero que llegue el día en el que podamos nuevamente ser como éramos. Sé que así será porque Joey y Rachel lo lograron. Hasta entonces seguiré trabajando en mí, en mis metas y mis sueños.
Si te gustó este artículo sobre las consecuencias de enamorarte de tu mejor amigo, además te agrada escribir de temas como amor, desamor y relaciones personales en general, envía un texto de prueba con mínimo 400 palabras y no en primera persona a nuestra plataforma digital: culturacolectiva.com/colaboradores y logra que más de 60 millones de personas te lean.
Te puede interesar:
La amistad según grandes escritores
Poemas de amistad cortos que debes dedicar una vez en la vida