La historia está llena de malos y buenos o, mejor dicho, en los tiempos que corren, de corruptos y honrados. Y están por todas partes, por lo que de ellos no se salva ni el noble y respetado arte, en el que el punto de mira de las irregularidades se concentra en la crítica artística. Es por ello que a este concepto no le vendría mal un lavado de cara, y se podría empezar por justificar su existencia, ya que no hay nada como una buena presentación formal entre las partes implicadas para dar pie a percepciones positivas.
La función del arte siempre ha sido la de expresar una visión del mundo con una finalidad estética, convirtiéndose en testimonio de los rasgos sociales, económicos, morales y éticos de cada época. Esa visión del artista está directamente ligada a un sentimiento irrefrenable: el deseo, un ardid que posee al artista conduciéndolo a la creación. Esto explicaría, por ejemplo, la respuesta que Jackson Pollock da a la periodista de Vogue cuando ésta le pregunta: “¿Cómo sabe cuándo termina una pintura?”, y el pintor contesta: “¿Cómo sabes cuándo terminas de hacer el amor?”.
Por otro lado, y desde un punto de vista psicológico, el ser humano está enmarcado en la cognición social; procesos y resultados tienen un origen colectivo porque se procesa la realidad a través de la interacción social. La cultura en sí es un proceso de naturaleza societal, lo que significa que la presencia implícita de “los otros” influye, incluso, cuando no están presentes físicamente, basta que estén sus productos: las normas, los aspectos sociales y los culturales. Por tanto, es difícil que un individuo pueda elevar un signo a la categoría de arte, si no es porque se inicie un proceso de naturaleza grupal, en el que la necesidad de compartir significaciones motive la búsqueda del proceso de significación justo para el signo que se está evaluando.
Esto, y al riesgo de engaño que las características del deseo entrañan, es lo que lleva al concepto de “crítica de arte”, porque si la producción artística es fruto del deseo que invade a sus autores, ¿cómo establecer desde este punto de vista qué es arte y qué no? La crítica artística, una práctica iniciada en Francia alrededor de 1725 por Denis Diderot, es la formalización de la solución planteada por Platón para evitar la farsa que puede provocar el deseo: su tutela por un saber convertido en institución. Ese saber es el resultado de criticar la percepción a través del diálogo entre personas formadas en Historia del Arte y disciplinas que van de la Sociología a la Arqueología, pasando por la Antropología o la Historia.
El psicólogo, médico psiquiatra y ensayista suizo Carl Gustav Jung exponía que el artista no puede ser nunca el mejor intérprete de su propia obra, porque el acto creativo es consciente pero la esencia del proceso creativo es inconsciente, lo que justifica la necesidad de una figura que contemple la creación desde el distanciamiento personal para valorar la calidad del trabajo. Por otra parte, galardonados críticos como Arnau Puig, uno de los principales impulsores del vanguardismo en Cataluña, afirman que sin los críticos de arte muchos artistas de reconocimiento mundial no existirían, ya que generaciones como la impresionista, o alguno que otro pintor cubista, son obra de los críticos. Ello supondría que la inexistencia de este rol en el contexto artístico habría privado de la magnificencia de Monet, Gauguin, Van Gogh, Picasso o Juan Gris.
La existencia de esta “institución reguladora” no quiere decir que aquello que no es reconocido por la crítica no sea arte, y que no se puedan equivocar. De hecho, la mismísima Peggy Guggemhein no era capaz de apreciar el genio que encerraba Pollock, aunque después sería su mecenas. Pero es cierto que en un ámbito en el que se produce y consume algo tan abstracto como ‘visiones del mundo’ es necesario tutelar de alguna manera su buen funcionamiento.
Crítica aparte, toda visión artística del mundo no deja de ser una nueva forma de conocer la realidad y si, subjetivamente, ese signo le gusta y aporta cultura, consúmalo digan lo que digan los demás.