Fui a una secta, que como toda secta, es como el Club de la Pelea y entonces no puedes hablar de nada de lo que pasa ahí dentro; así que seré muy discreta en cuanto a detalles, sólo puedo decir que cuando me preguntaron: ¿qué quieres?, grité “quiero cambiar el mundo”.
Algunos me miraron como una lunática y otros simplemente se rieron, quizás uno o dos vieron mis intenciones sinceras.
¿Y saben qué pasa? Trato de hacer esos cambios, riendo y diciéndole a otras personas que todo va estar bien, que vivir vale la pena, la importancia de agradecer y todo eso; es verdad que me hace sentir bien ver a la gente feliz, aunque yo me sienta desde hace mucho tiempo en medio de un abismo del que por más que intente salir, no puedo.
Hoy -más bien ayer- tomé hasta quedar inconsciente, aunque sé que sigo un tratamiento que no me lo permite; podría justificarme como antes lo hice, culpando a las personas de mi entorno, pero también estoy consciente de que la culpa no es más que mía. Sé que soy capaz de hacer que aún la persona que más me ama me odie, soy muy decidida cuando se trata de eso, me encanta decepcionar a la gente que me quiere y que confía en mí. ¿Por qué? Por cobardía, porque no duele perder algo que nunca tuviste y es mejor estar triste pero fingir que eres feliz.
¿Puede una niña jugando a ser adulta, cambiar al mundo? Yo sí me lo he creído, sólo porque cuando escribo siento que lo puedo todo, que puedo ser miles de personas a la vez; mi alter ego es un viejito amargado, que justamente ya no tiene nada que perder.
Tengo que confesar que más de 20 veces le dije a mi madre que vivir mata, como si fuera tan simple explicar el final de la vida, pero llorando por las madrugadas le pedía a Dios que no me la quitara.
¿Cómo puede dolerte perder algo que nunca fue tuyo?
¿Cómo puedes cambiar al mundo si no puedes cambiarte a ti?
Para ser completamente honesta por una vez, debo decir que el mundo me asusta y me causa dolor; ver las noticias me deprime, también deprimirme me deprime.
Vivir mata, lo sé de verdad, lo veo todos los días.
Puede parecer contradictorio viniendo de mí, la misma persona que juega a vivir fingiendo que sabe hacerlo, de la “escritora” que quiere cambiar al mundo. Soy la persona que puede dar los consejos más optimistas, la misma que te dice que aún con los dolores vale la pena seguir, mientras llora por las madrugadas pensando que ya no tiene nada que perder.
En este punto resulta repetitivo, pero vivir mata, lo digo como se lo dije a mi madre; sólo que esta vez a mí misma, viéndome al espejo mientras exploto en llanto.
¿He cambiado por fin el mundo, o debo seguirlo intentando?
Ya no me importa que me miren como lunática, lo diré una última vez: vivir mata.
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