El amor es como un fuego que arde sin quemarnos

Dicen que el amor es un fuego que no nos quema, pero que lo consume todo a nuestro alrededor, como un Sol que arde para mantenernos con vida. A continuación, te compartimos el cuento corto de amor, Sadashi Kaji. Checa además: El libro para entender por qué las redes sociales son las culpables de la

El amor es como un fuego que arde sin quemarnos

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Dicen que el amor es un fuego que no nos quema, pero que lo consume todo a nuestro alrededor, como un Sol que arde para mantenernos con vida. A continuación, te compartimos el cuento corto de amor, Sadashi Kaji.

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Sadashi Kaji

“¿Quién diría que el fuego, después de todo, también tiene miedo de incendiarse?”, fue lo que pensó cuando la conoció, y sobre todo lo sintió así, en especial cuando su cuerpo estaba a punto de quemarse. Quizá la manera en que conocemos personas suele ser una rutina: se ven, se miran, se dicen hola, comparten gustos, se agradan, quizá no; y luego de eso, se extrañan, se piensan, y por último simplemente se vuelven conocidos con miles de historias en común, las cuales ya no le pertenecen a nadie. Pero para Shizuke ella no llegó de esta manera, ella en este mundo no existe, simplemente es. Suena un poco extraño pensar cómo alguien llega a tu vida cuando no existe, pero ella es así, ella es Sadashi Kaji, un fuego que aún no se ha apagado.

Todo empezó una noche como cualquiera, cinco grados, quizá menos, quizás unos más; o simplemente tal vez su cuerpo ya no sentía y quería perderse en la noche y confundirse con la nieve que caía. Pero para Shizuke la sensación era un poco más fuerte, no por el clima, no por su cuerpo, pero sí por su alma, algo en el fondo de su parco y raro corazón le decía que sólo al final del bosque encontraría la respuesta a lo que aún no había soñado. “¿Debo ir?”, se preguntó, esperando que algo o alguien le dijera que no, que ya estaba perdiendo la cabeza, que lo mejor era regresar a su cuarto y seguir escribiendo canciones que se quemarían en la hoguera. Pero lo único que logro escuchar fue dos intensos latidos.

Avanzó cinco pasos, quizá 10, un suspiro, una gota de sudor sobre su rostro, otros 50 más, y al final sólo eran él y la noche, eran su corazón y la nieve, y eran él con sus miedos. “¿No tienes frío?”, le susurró el viento. “¿Cuántos leños necesitas para encender tu alma?, sí, te hablo a ti Shizuke, ¿es que acaso no me sientes, o deseas que me refugie en tus brazos a ver si por esta vez sientes algo?”. No existía el miedo, no había dudas, Shizuke, reconocía esa voz, reconocía en el fondo que esa voz hacía parte de algo mucho más fuerte que él, y que por más que tratara de recordarla, él sabía que ella no era viento. Era un fuego que no pertenecía a este mundo y sólo se hacía familiar en aquellas letras que fueron quemadas.

“¡Corre, un poco más rápido, derecha, izquierda!”, fatiga, un poco más de aire y un poco más de ella, respirándole en su corazón. “Ya casi, pronto me verás, cuidado, abajo, salta, grita, y por último muere”. 

“¿Ya llegamos?”, preguntó Shizuke. “Siento que este es el lugar, pero ¿por qué aún no te veo?, ¿por qué te siento pero no te veo?”. “Calma”, susurró el viento, “ya estamos aquí, este es tu lugar, pero ahora es tiempo de que me des forma, Shizuke, ahora es tiempo de que me transforme en carne, para eso sólo necesito de tus hojas, de tus canciones, y sobre todo de las cenizas que cargas en ese viejo morral; sí, aunque no lo creas, yo sé que nunca tuviste el valor de soltar todo eso que escribiste, y no lo soltaste, porque sabes que esas hojas, hacen parte de mi alma; y por cierto, me presento, no soy viento, soy tu fuego, soy aquella llama que está en ti, pero que aún te da miedo que arda, aunque sepas que nunca te vas a quemar”. 

“Creo es todo”, pensó Shizuke, “20 leños”. A pesar de que la nieve caía sobre el bosque, él sabía que esta fogata no se iba a apagar, por primera vez en mucho tiempo sintió algo, sintió que su corazón estaba vivo, sentía que era parte de algo, aunque no fuera de esta realidad. Un suspiro, un soplo y una chispa, y con eso fue suficiente para que ella se hiciera carne.

Era una chica envuelta en llamas azules, una chica que ardía sin quemarse, una fogata que no se apagaba, un Shizuke distante y tímido, la imagen perfecta, el cuadro perfecto. Pero algo aún faltaba, aún faltaban las cenizas de sus escritos, aquello que ya no le pertenecía, esas historias que sólo serían de ella. “¿Estás seguro?”, preguntó ella, “¿estás seguro de querer darme tus cenizas?, ¿realmente me quieres en esta realidad y me quieres libre?; a mí no me importa ser parte de ti, ser ahora parte de tus historias, no una creación inanimada perdida en hojas de un cuaderno viejo, por eso quiero saber si estás seguro de entregarme tus cenizas”.

“Creo que es lo mejor”, respondió Shizuke. “Llevas años atrapada en cenizas, llevas esperando por este día, y ahora que ha llegado no sé qué hacer, lo único que pienso es que necesitas arder, pero siento que no puedo darte eso, no soy fuego, ni soy cenizas, sólo soy alguien que escribe, y quizá no pueda darte nada de lo que en esencia eres, yo sólo puedo cuidarte a pesar de que ni el frío ni el invierno pueden apagarte, yo sólo puedo hacerte eterna, y seguir arrojando frases a tu ser, a tu alma, a tu naturaleza, pero no soy con quien puedas consumir el mundo y esta realidad”, aseguró Shizuke consternado.

“En mis hojas y en cuadernos, eras mía, eras mi creación, eres aun ese sueño que aún no llega, pero hoy sé que no llegara jamás, porque ya eres real, necesitas alguien más real que yo, aunque debo decir que también tienes miedo de arder y de incendiarte, porque después de tu gran momento, ya no habrán cenizas, y no habrá cómo avivarte, serán tus cinco minutos de gloria en esta tierra”, exclamaba Shizuke, “pero vivirás en mi corazón, pues eres esa llama que hay en todos los corazones de cada joven que tiene miedo de algo nuevo, eres la pasión de nuevos sueños, eres todo lo que nadie quiere, pero en el fondo desea, todos quieren arden sin miedo a perderse, todos quieren ser tú”.

Cinco, cuatro, tres, dos, uno y sus ojos se cerraron, la llama ardió con más fuerza y por primera y única vez aquel bosque vio cómo una llama puede incendiarse y no consumirse.

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