Las pasiones nos pueden alejar de la realidad, darnos un respiro de las tristezas y la crueldad del mundo. Y lo mejor de todo es que esa pasión puede tomar distintas formas. A continuación, te compartimos el cuento sobre el amor y el futbol, El futbol, la poesía y ella.
El futbol, la poesía y ella
Rueda el balón y da inicio, a aquellas amarteladas acaricia, el pasto donde se hunden los tacones dejando cicatrices cada vez más pronunciadas al correr de los minutos, dejando que la caprichosa, como la llaman algunos, se deslice sobre cada parte de él. Paraje que puede ser la tierra dejando que el polvo, mezclado con la brisa, sea el hogar de ocasos llenos de risa, furia y amor; o simplemente el rudo y áspero asfalto. Todo, cualquier espacio puede ser testigo de que ruede el balón.
Socava el alma, no sientes perecer de inanición y más si estás haciendo eso donde la política importa un bledo y no hay matices, la religión es una nimiedad y seguro es un tópico para que los dioses envidien a los mortales, donde las razas se funden y germina lo humano, donde podemos ver que nuestras fronteras son mentales, que somos uno cual Pangea.
Lo rico de ser mortal, de morar por algún tiempo estos parajes y que la materia nos aguante hasta envejecer para hacer rodar el balón, para despertar al día siguiente y no poder mover un músculo por el rico dolor de haber jugado hasta casi desmayar.
Al rodar el balón tu mente desvanece todo pensamiento lúgubre y perturbador, aquella paz que te obsequia un crepúsculo, el alba o la fría noche de un partido de futbol donde de jóvenes nuestros padres iban a buscarnos ya en la desgastada noche, en las desgastadas energías y marcados por la vida. Algunos lo ven como aquel pecado inhóspito el cual te aleja de lo real, es una distracción del sistema que envuelve el alma en eso banal; pero en lo que a mí concierne, es esa limerencia que se funde en lo eterno de lo inefable, podemos ver en él lo transcendental e inmarcesible, esa epopeya que te hace acéfalo al encontrarte solo ahí con el balón a tus pies, un golpe en la cara, nuestra crisálida rasgada, la sangre haciendo el tiempo estéril a nuestro entendimiento; luego de esto hay cosas que me hacen amar mi mortalidad, me hacen emocionarme cual noche buena tomando mis regalos, y soy afortunado de poder sentir la emoción en mi pecho, en mi estómago, esos nervios que hacen temblar al verla a ella, y que mi emoción me haga correr para abrazarla más rápido, para besarla más rápido, sólo ella se compara con la emoción de hacerme correr para poder poner a rodar el balón.
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