En el siguiente cuento sobre la muerte, Elizabeth Mendoza encubre el misterio con amor, silencios y pensamientos que se escurren en la noche.
EL BRAZO ADORMECIDO
Tenía el brazo adormecido de tanto sujetarla. Hubiera sido sencillo decirle que se acomodara al otro lado de la cama pero era
inevitable ver su rostro iluminado por los escasos rayos que ingresaban por la ventana. No acostumbraba a despertarla; y aún si era
de madrugada, prefería escabullirse sigilosamente a su lado, dejando que el tiempo hiciera el resto.
Pero esta vez sentía miedo, ese miedo que no se puede describir incluso si se tienen las palabras exactas. Sentía miedo y no dijo
nada. Dejaba correr las lágrimas mientras ahogaba cada palabra en su interior, que hacían eco con sus latidos y el silencio cumplía
reponiéndole cada pensamiento.
Cogió valor y la abrazó casi sin fuerzas. La apretó contra sí, como para sentir por un momento que todo valía y aún sin valor,
todo era ella. Una noche más se vio en medio de luces que acompañaban un cuarto vacío, apenas con la imagen colgada en la pared de una jovencita feliz que abrazaba a quien alguna vez llamó “mío”.
Escuchó ese susurro que regresaba con el eco de la ventana abierta. Un teléfono que no sonó y minutos que se hicieron
horas perdidas tras la puerta. Nunca le importó verla allí, esperando, sintiendo sus pasos mientras fingía dormir, ahogando su
desesperación por preguntarle cómo estuvo su día anterior. Un día sólo no despertó y él la abrazó fuertemente. Le dio un beso a su cuerpo inerte, pero ya no distinguía si era ella o el recuerdo que emanaba.
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El texto anterior fue escrito por Elizabeth Mendoza.
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