¿Qué sabemos realmente sobre la vida? Nada. La respuesta siempre será ésa.
Algunos de los filósofos más grandes de la historia aseguraron que nada tiene sentido y que sólo deberíamos vivir en armonía durante esta transición hasta la muerte. Pero antes de ellos, los clásicos de la antigüedad –que crearon el arte lírico como lo conocemos– escribieron textos profundos de la humanidad y señalan su insignificancia. Uno de ellos era Pu Songling, un sabio chino que plasmó las trivialidades de la sociedad en decenas de cuentos durante el reinado de la Dinastía Qing.
Los cuentos de Sungling destacan entre sus contemporáneos e incluso ahora revela problemáticas de la sociedad, nos recuerda que no importa qué tanto luchemos en este plano, nada tiene sentido. Su trabajo más conocido es “Historias extrañas desde un estudio Chino” y es de donde se desprenden los textos de este artículo. Los siguientes son algunos ejemplos que demuestran esa peculiar forma de contar historias para exhortar al lector a que profundice sobre la vida y que ponga en cuestión todas sus creencias.
“Plantando un árbol de peras”
“Un día, un campesino vendía sus peras en el mercado. Eran inusualmente dulces y con un sabor fino, el precio que se pedía era alto. Un sacerdote taoista en andrajos se detuvo frente a la carretilla y le rogó por una. El campesino le dijo que se fuera, pero al negarse, comenzó a maldecirlo y a insultarlo. El sacerdote dijo «Tienes cientos de peras en tu carretilla. Te pido sólo una, cuya pérdida, señor, no sentirá. ¿Para qué enojarse?» Los mirones le dijeron al campesino que le diera una pera de mala calidad y que lo dejara ir, pero se rehusó obstinadamente. Posteriormente, el alguacil del lugar –al notar tanta conmoción– compró una pera y se la dio al sacerdote. La recibió con una inclinación y giró hacia el público afirmando «Nosotros que hemos dejado nuestro hogares y hemos abandonado todo lo que deseamos, no entendemos la conducta egoísta en otras personas. Ahora tengo unas cuantas peras exquisitas, las cuales presentaré ante ustedes». Alguien preguntó -Si tienes tus propias peras ¿por qué no te comes ésas?-. -Porque- replicó el sacerdote- quería que crecieran de una de estas semillas.
Así que comenzó a masticar la pera y cuando terminó, puso una semilla en su mano, se quitó una piqueta de la espalda y procedió a hacer un hoyo en el piso de varias pulgadas de profundidad, donde depositó la semilla. Después le pidió a los transeúntes un poco de agua caliente para regarla. Uno de ellos –amante de los chistes– le dio agua hirviendo de una tienda vecina. El sacerdote la derramó y todas las miradas estaban fijas en él cuando brotes comenzaron a salir cada vez más grandes de la tierra. Después apareció un árbol con ramas completamente cubiertas de hojas, luego flores y finalmente peras grandes, finas de olor dulce colgando con profusión. El sacerdote recogió las frutas y comenzó a repartirlas entre todos hasta que se fueron. Tomó su parte y empezó a recortar el árbol hasta que cayó. Tomó todo entre sus hombros y se retiró calladamente.
Desde el principio, nuestro amigo el campesino estaba entre la multitud, estirando su cuello para ver lo que sucedía y se olvidó de su propio negocio. Cuando el sacerdote partió, se dio la vuelta y descubrió que todas sus peras se había ido. Después notó que todas aquellas que el viejo repartía eran realmente sus peras. Miró con más detenimiento su carretilla y también se dio cuenta de que una de las manijas estaba perdida y que había sido recortada. Hirviendo con ira, se encaminó a buscar al sacerdote y en cuanto dio la vuelta a la esquina, vio la manija de su carretilla tirada bajo un muro; era el mismo árbol de peras que el sacerdote acababa de tirar. Pero no había rastro de él –y la multitud quedó asombrada”.
“Prueba para el puesto de ángel de la guarda”
“El abuelo del esposo de mi hermana mayor, llamado Sung Tao, era un graduado. Un día, mientras se recostaba indispuesto, un mensajero oficial llegó trayendo consigo la notificación acostumbrada liderando un caballo con la frente blanca para convocarlo a la prueba para el título de su maestría. El Sr. Sung remarcó que aún no llegaba el Gran Interrogador y preguntó a qué se debía la prisa. El mensajero no le respondió pero lo presionó con tal ímpetu que el Sr. Sung se levantó y se subió al caballo.
El camino parecía extraño y después de un rato llegaron a una ciudad que se asemejaba a la capital de un príncipe. Entraron después al yamen del prefecto. Sus apartamentos estaban decorados de forma majestuosa y ahí encontraron a 10 oficiales sentados en el extremo superior. Todos eran extraños para el Sr. Sung a excepción de aquél que reconoció como el Dios de la Guerra. En la veranda había dos mesas y dos bancos y al final de uno ya estaba sentado un antiguo candidato, así que Sung se sentó junto a él. En la mesa había materiales de escritura para cada uno y de pronto voló una hoja de papel con un tema dentro y consistía en las siguientes palabras: “Un hombre, dos hombres; por intención, sin intención”. Cuando Sung terminó su ensayo se lo llevó al vestíbulo. Contenía el siguiente pasaje: «Aquellos que son virtuosos mediante la intención, aunque virtuosos, no deben ser recompensados. Aquellos que son malvados sin intención, aunque malvados, no deben recibir castigo» .
Las deidades presidenciales alabaron con demasía este sentimiento y llamaron a Sung para que se acercara y le dijeron: «Buscan un ángel de la guarda en Honan. Ve y toma el llamado». En cuanto Sung lo escuchó, inclinó su cabeza y lloró diciendo: «Aunque soy indigno del honor que se me ha conferido no lo rechazaré, pero mi madre anciana ha llegado a su séptima década y no hay nadie que se encargue de ella. Les ruego que me dejen esperar hasta que haya completado su destino y quedaré a su disposición» . Entonces, una de las deidades, quien parecía ser el jefe, dio instrucciones para enterarse de la vida de la madre de Sung y para que un asistente de barba larga trajera consigo el Libro del Destino. Al mirarlo, declaró que la mujer aún tenía nueve años para vivir. Posterior a eso, se llevó a cabo un consulado entre las deidades, entre las cuales el Dios de la Guerra dijo: «Muy bien. Dejemos al graduado Chang tomar el puesto y que sea relevado dentro de nueve años». Mirando a Sung, continuó, «Procederás sin retraso a tu puesto, pero como recompensa por tu piedad filial, se te gratificará una licencia de nueve años. Cuando ese tiempo termine, te llegará otra convocatoria». Dirigió unas cuantas palabras agradables al Sr. Chang y los dos candidatos, habiendo hecho su kotow, se fueron juntos.
Tomando la mano del Sr. Sung, su compañero, quien tenía como nombre y dirección “Chang Ch’i de Ch’ang-shan”, lo acompañó a las afueras de la ciudad y le entregó una línea de poesía. No puedo recordarla por completo, pero entre sus líneas estaban este par:
«Con vino y flores perseguimos las horas,
en una eterna primavera
Sin luna, sin luz, para la noche hacer brillar
usted ese rayo traerá» .
El Sr. Sung lo dejó, se fue y no tardó en llegar a casa. Despertó como si fuera un sueño y se dio cuenta de que llevaba muerto tres días. Su madre escuchó un gruñido en su ataúd, corrió hacia él y lo ayudó. Pasó algo de tiempo antes de que pudiera hablar y una vez lúcido comenzó a preguntar sobre Ch’ang-san. Un graduado llamado Chang había muerto ese mismo día.
Después de nueve años la madre del Sr. Sung, de acuerdo con el destino, falleció y cuando se acabaron los obsequios funerarios, su hijo, habiéndose purificado al inicio, entró en sus aposentos y también murió.
La familia de su esposa vivía dentro de la ciudad, cerca de la puerta oeste y de pronto todos vieron al Sr. Sung, acompañado por numerosas carrozas y caballos con adornos tallados. Entró al vestíbulo, hizo una reverencia y se fue. Todos estaban demasiado desconcertados, sin saber que se había convertido en un espíritu y se dirigieron hacia la villa para hacer preguntas cuando escucharon que había muerto. El Sr. Sung hizo un recuento de su aventura escrita por él mismo. Desafortunadamente, después de la insurrección no pudo ser encontrada. Ésta sólo es una sinopsis de la historia”.
“El Mural”
Puedes leerlo aquí.
Los cuentos de Songling son complejos trabajos que marcan un antes y un después en la literatura universal. Él impulsó la fantasía y usó escenarios improbables para probar diferentes puntos. El autor escribió crítica social, habló sobre el cambio de religiones y sobre distintas creencias (dándole atención especial a los fantasmas) y cada una de sus palabras se queda en nuestra mente. Motiva a creer, a soñar y a considerar que no importa que leamos sus textos, un día desapareceremos y no hay nada que podamos hacer al respecto.