Si algo he aprendido en 30 años es que cumplir tus sueños está sobrevalorado

No toda lección que nos llega en el camino hacia la madurez se aprende con facilidad. En el siguiente texto de Chris Becerra, la reflexión y el autodescubrimiento echan luz hacia una verdad ineludible: la vida no se planea, se vive. Por alguna razón, el 30 es un número fuerte. A esa edad tus padres

Si algo he aprendido en 30 años es que cumplir tus sueños está sobrevalorado

No toda lección que nos llega en el camino hacia la madurez se aprende con facilidad. En el siguiente texto de Chris Becerra, la reflexión y el autodescubrimiento echan luz hacia una verdad ineludible: la vida no se planea, se vive.

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Por alguna razón, el 30 es un número fuerte. A esa edad tus padres ya estaban casados y con hijos. Recuerdo ver a mi hermano mayor justo antes de entrar a su tercera década, haciendo cuentas para comprar una casa. Lo veía preocupado, como si se le vinieran las expectativas de todo su futuro encima, como queriendo salir de un concierto repleto de gente sin saber por dónde. Yo, mientras tanto, lo observaba despreocupado, me parecía una crisis lejana.

Siete años después, me toca a mí.

La edad de la madurez, aquella cifra rígida se acerca a mi vida. Podría contarles de todos mis logros pasados, de cuánto he leído, de cuántas mujeres he amado y de la pasión con la que me he entregado a la vida. ¡Uy!, podría contarles de mis viajes, de mis aventuras. Podría contarles de aquella vez que me rompieron el corazón y no paré de escribir poemas hasta que terminé en el psiquiatra. ¡Qué tiempos aquellos!

Podría indagar sobre aquella vez que abrí mi empresa y me levantaba con ataques de pánico por las madrugadas. También podría contarles de aquella vez que me mudé de ciudad y luego nunca dejé de hacerlo.

Podría contarles tantas cosas que he hecho. Pero mejor les contaré lo que sigue. Les diré lo que tengo planeado para después de mi cumpleaños número treinta:

Voy a terminar mi libro. Prometo terminarlo antes de que se acabe el año, o el que sigue.

Voy a comprarme una nueva bici. No hay dinero mejor invertido.

Voy a pagarle a mi papá el dinero que le debo, para que no tenga razones para resentirme y me siga contando sus historias de la infancia, exageradas pero hermosas y coloridas.

Voy a asegurarme de que mi madre siga siendo una loca, que no pierda esa locura inspiradora.

Voy a procurar a mis amigos, aunque vea cómo hacen su vida y yo siga lejos. Voy a tratar de recordarles de vez en cuando que los sigo amando como se ama a un hermano.

Voy a seguir corriendo todas las mañanas de lunes a viernes —cuando no tengo resaca— hasta que las rodillas no me dejen más y tenga que cambiar de terapia.

Seguiré viajando, no sé a dónde, pero encontraré mi destino. Tal vez a los lugares que más me aterran, como África o algún país en guerra en el que conozca los verdaderos problemas y tal vez me meta en algunos. 

Voy a perderle el miedo a escribir sobre mis odios, mis rencores, mis sombras más profundas.

Pero sobre todo —y esto lo digo con toda seriedad— seguiré haciendo planes, sin importar la edad, sin importar mi estado de cuenta o mi salud física o mental.

Seguiré haciendo planes aunque se queden en planes.

¿Por qué? ¡Porque sí!

Porque me encanta imaginar que compro una casa en Málaga cerca del mar, pero no tan cerca como para sentirme culpable por nunca ir a nadar.

Porque soñar en el día en el que tenga un hijo es hermoso, aunque sea un sueño es lo mejor que me ha pasado.

Porque me gusta pensar en que habrá una Navidad en la que volvamos a estar juntos, realmente juntos. Sin mentiras, sin rencores, llenos de amor, como aquella vez que no recuerdo.

Porque amo imaginar el día en el que por fin llegue ese beso eterno, en el que funda mi ser con el suyo, en el que se me vayan los nervios y olvide los miedos. Ese beso perfecto, apasionado, merecedor de un punto final, que aniquile una historia y le abra la puerta a otra.

Porque hacer planes en realidad es mágico. Aunque se proyecten en el futuro. Es importante soñar hoy. ¡Es fundamental soñar cada día!

Cumplir tus sueños, es lo de menos, no tiene importancia alguna. ¡Cumplir tus sueños está sobrevalorado! Lo que realmente importa, como te digo, es que de vez en cuando entre el drama y el ajetreo, entre tus problemas cómicos, entre el estrés, a media noche, en plena tarde o al amanecer, te detengas a decir: “algún día”. Y sueñes.

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