No todos los sueños están hechos de mentiras, pues los deseos más ocultos de nuestra alma se manifiestan en ellos, enteramente honestos. Sin miedos, sin trabas, dejamos que nuestra mente corra libre entre los caminos de nuestra conciencia. En el siguiente relato de Claudia Roldán, las manifestaciones del mundo onírico hacen que nos cueste distinguir dónde empieza la realidad.
LA BREVE HISTORIA DE CARLOS Y LA PLANTA MISTERIOSA
Hace no mucho tiempo en una tierra no muy lejana vivía un joven que se llamaba Carlos, pero todos le decían Carlitos. Él tenía rizos y ojos color mocca y, como cualquier otro adolescente, era inquieto, curioso y desobediente. Carlitos vivía en una casa justo en la entrada de un bosque. Muchos decían que el bosque estaba encantado, incluso su mamá le pedía que se alejara, pero él jamás hizo caso. Carlitos disfrutaba de caminar por horas, veía cómo pasaban los pájaros en el cielo y entre las ramas de los árboles, o cómo algún escurridizo conejo se ocultaba entre los matorrales.
Un día mientras Carlitos paseaba, observó que en el suelo habían unas ramitas verdes con puntos rosados. Se agachó y al acercarse más pudo percibir un olor a vainilla con naranja. Corrió a su casa por una pala, pero cuando regresó al sitio la planta ya no estaba, así que decidió buscarla. Todos los días se levantaba temprano y preparaba una bolsa con comida, agua, papel, lápiz y una pequeña pala de jardín. Caminaba por secciones del bosque mientras marcaba su recorrido. Pasaron días, luego semanas, pero no había señal alguna de la planta.
Mientras caminaba, no podía evitar preguntarse qué había pasado con aquella mágica planta y de dónde había salido. Pero lo más importante: ¿para qué podía servir, tenía poderes mágicos? Mientras divagaba no se percató de que se adentraba cada vez más al inmenso bosque. Para cuando se dio cuenta, no reconocía el lugar en el que estaba, ya era de noche.
Carlitos era una persona decidida y valiente, entonces juntó unas hojas grandes para construir una casa de campaña en la cual pudiera resguardarse. Mientras armaba la casa, escuchó unos pasos que se acercaban de prisa. Observó hacia su lado derecho y descubrió una figura esbelta, no muy grande. Se agachó para tomar un par de piedras mientras la figura se acercaba más y más hasta donde él estaba. Cuando estuvo suficientemente cerca, Carlitos distinguió que se trataba de una mujer morena de cabello negro como el ébano. Entre gritos, la mujer le pedía que corriera.
A pesar de su complexión, la mujer corría bastante rápido. Pasó junto a Carlos y logró tomarlo de la mano. Él estaba tan sorprendido que no pudo hacer otra cosa más que correr junto a ella. La mano de él era tibia y suave, mientras las de ella eran frías y férreas. Pero por alguna razón ni a él ni a ella les incomodaba estar sujetos el uno al otro. Mientras corrían, Carlitos pudo sentir en el aire el olor a vainilla y naranja que lo había cautivado durante semanas. El olor se disipaba mientras Carlos intentaba reconocer de dónde provenía, de pronto una ráfaga de aire pasó entre el cabello de la extraña mujer. Carlos descubrió que ese era el origen del olor.
Corrieron hasta llegar a un sauce. Ella se detuvo y giró hacia Carlos.
—Estuve esperándote. Te tomó demasiado tiempo volver —dijo con una leve risa.
—Lo lamento —contestó Carlos, sin entender por qué le hablaba como si tuviera la obligación de volver —¿de quién huimos?
—De nadie. Sólo pensé que sería más emocionante para ti si corríamos un rato.
Ella volvió a tomar su mano y le dio un frasquito lleno de un líquido verde que brillaba. Cuando Carlos tomó el frasco para observarlo mejor, el brillo de la luna tocó el frasco y el líquido se tornó rosado.
—Estás soñando —dijo con naturalidad —la primera vez que viste la planta fui yo quien la puso ahí. No creí que pudieras tomarla.
—Esto es muy real para ser sólo un sueño —dijo Carlos.
—Es tu mente, tu capacidad de crear mundos es ilimitada.
Hablaron por horas sobre el mundo que él había creado y sobre si ella era real o una más de sus creaciones. Después de que parecieron ser horas, él se dio cuenta de que en ningún momento se habían soltado las manos. Mientras ella contemplaba en silencio la planta, él decidió que quería besarla. “Sólo un beso”, se dijo. Se inclinó velozmente hacia sus labios cuando despertó. Sobre la mesa junto a su cama estaba el frasco. Él, agitado y ansioso, no podía esperar a que fuera de noche nuevamente.
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