El siguiente cuento pertenece a Claudia Victoria Rangel Aguilera; continua leyendo…
De Frida sabía muy poco, aunque podría describirla como la autenticidad en persona.
Detrás de su rostro apacible existían sombras contra las que se enfrentaba, por lo menos una vez a la semana, no es que sea mi intención justificar, pero muchas de sus acciones seguían un patrón programado de desastre, en el que el fin de esta serie de eventos, inconscientemente intencionales, la llevaba a hundirse en su yo más vulnerable.
Comenzaba a huir y a refugiarse en la primera persona amigable que se le cruzara.
Su aparición en mi vida no fue un acto de la casualidad, ella estaba destinada a buscar los brazos de un amante que disipara las nubes que opacaban su día.
De todas las personas que vi pasar frente a mi calle, o de todos los hoteles donde pudo haber terminado después de liarse con algún taxista, o huyendo de los peligros de una noche oscura y tormentosa, Frida apareció frente a mi puerta, con la piel hecha un erizo, la cara despintada, el cabello empapado; eran unas piernas fuertes y suculentas, sus tetas mostraban el frío que le recorría cada parte de ese cuerpo escultural, quizá no debí dejarla hablar y ser yo quien le pidiera quedarse, o tal vez no, tal vez debí exigirle que no entrara, ni a mi tienda, ni a mi vida, ni a mi alma.
Por más que intentara no podía evitar sentir el deseo de ser parte de un nuevo comienzo, ser parte de una nueva estructuración en su vida, obviamente no sabía a lo que me enfrentaría.
Sin darnos cuenta comenzamos a formar parte el uno del otro. Las noches ya no eran simplemente la culminación de un atareado día, sino el comienzo de una eterna comunión para nuestros cansados cuerpos, cubriendo con caricias la carencia de nuestros afectos e intentando dar un poco de luz a esta vida tan inmersa en la penumbra, olvidando de a rato la podredumbre que nos rodea, haciendo un mundo de cuatro paredes, de nuestra piel y una cama.
A menudo me pregunto cómo sería la vida si tan sólo se tratara de estar juntos, si debiera alimentarme con sus besos y respirar de su aliento para protegerme del frío me bastaría con su abrigo, sus manos me darían de beber y mi sol no sería otro más que el brillo de sus ojos.
Una vez me preguntó por qué nuestra relación no era como la de otras parejas, ¿qué podía decirle?, “lo que pasa es que simplemente no somos como el resto”.
Nadie podría siquiera intentar vivir a nuestro modo, nadie estaría dispuesto a enfrentarse a las habladurías, porque entre ella y yo lo único que existe en común es que uno no es nada sin el otro, después de eso nada nos une, son más las cosas que nos separan y eso es, naturalmente, lo que nos hace querer permanecer.
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Las imágenes que ilustran el texto pertenecen a Daniela Muttini; conoce más sobre su trabajo en su página oficial.