Desperté desesperado. Con un angustioso impulso por escribir unas palabras que me tranquilizaran y se me ocurrió: Un pedo sin olor no es un pedo, pero no. Me resistí y decidí aclarar mis sentimientos, entonces escribí: Hoy choque el auto, y a mí sólo se me ocurre amarte. Pero me invadió la tristeza al darme cuenta de que no me duele tanto que ya no estés, sino saber que no volverás, la angustia se hizo lágrima en el estómago y cayó brutal, casi me desplomo otra vez. Pero previne, y anoté: Ni la tierra sabe dónde nos lleva. Recuperé un poco de alivio, pero no fue suficiente, sentía ansiedad de llegar a un lugar seguro. Decidí ser auténtico, honesto, entonces escribí: Un pedo sin olor es un pedo inofensivo. Pero recordé a mis amigos del secundario que se ponían un encendedor en el culo y competían por ver quién hacáa la llama más grande con el Metano del pedo. Reviví el peligro cerca de los huevos y el pavor de que un padre salesiano nos descubriera de cantos abiertos jugando con fuego. Me atacó el pánico. Pánico porque me di cuenta que mañana tal vez no estemos, porque somos tan fugaces como un pedo, entonces comprendí lo que sería mi salvación: no importa el olor, ni el ruido, ni las sorpresitas, lo importante es no retener, dejar que fluya. Tomé coraje, me levanté de mi butaca y fui al baño del colectivo, sin importarme el qué dirán.