De paso

La música atravesaba el aire estancado del bar con la fuerza de un martillo. El lodo olvidado, el lodo escondido para nunca ser encontrado fue puesto sobre el escenario y la banda comenzó a tocar. “Cómo me gustaría estar en otro país”, pensé observando el espectáculo desde la barra, lejos de la música y el

De paso


De paso - de paso

La música atravesaba el aire estancado del bar con la fuerza de un martillo. El lodo olvidado, el lodo escondido para nunca ser encontrado fue puesto sobre el escenario y la banda comenzó a tocar. “Cómo me gustaría estar en otro país”, pensé observando el espectáculo desde la barra, lejos de la música y el escenario que tanto extrañaba. “Cómo me gustaría estar en cualquier otro lugar”, me repetí, “Tailandia, India, Vietnam, Laos… Cómo me gustaría estar allí ahora. ¿Qué estoy haciendo en este agujero? ¿Por qué siempre son agujeros?

El lugar lo era, un sótano húmedo de paredes de ladrillos peladas, mesas de madera y decoración rústica con quince o veinte personas en un espacio para diez. El único momento memorable había sido escuchar la canción The Strangest Party de inxs. No recordaba cuándo había sido la última vez que la había escuchado, sonaba a infancia y sensaciones de la primer casa, cuando aún éramos familia y vivíamos todos juntos.

Pero eso había sido mucho tiempo atrás y hoy ya hacía un año que no tocaba una guitarra. A veces, bien al fondo, aún podía sentir el llamado como la mano de un ahogado tratando de asirse a la mía, las ganas de volver a tocar nuevamente, la enorme e inevitable sensación de extrañar la música como a ninguna otra cosa más. Las pocas veces que había intentado tocar la guitarra después de que todo hubiera terminado, me había sentido vacío y gastado, cansado en el alma de tanto ir sin nunca llegar a ningún lado, de tanto pelear sin nunca ganar una sola batalla. La pérdida de la música se había convertido en algo más, no sabía en qué exactamente, pero ya no era ni tristeza ni melancolía, era otra cosa. Había dolido tanto en su momento que me había quebrado por completo, llevándome a un lugar muy diferente al del resto.

Sin que me diera cuenta, la banda sobre el escenario enlodado terminó su acto y volvieron a poner música. La gente volvió a la vida y entre risas y abrazos charlaron animadamente. ¿Yo qué hacía? Yo no hacía nada, un espectador de la locura ajena, sintiendo cómo la mía siempre estaba a punto de tomar control. Las rubias, morochas y caobas que desfilaban yendo del baño a la barra y de la barra a las mesas y de allí a la calle a fumarse un cigarro, me dejaban pensando en violación como quien decide entre tomarse un whisky ahora o en cinco minutos. ¿Cómo puede ser que no hubieran mujeres feas en el bar? Todas era modelos, tan lejos de mí que casi podía ver a través de ellas, tan llenas de mierda como yo lo estaba, como todos allí lo estábamos. Sofisticados hijos de puta que jugaban a ser cool cuando en realidad estaban tan asustados de vivir como los niños de la oscuridad, hermanos de alguna fraternidad ridícula de camisas y zapatos de marca, club aburrido y predecible como una manada de rinocerontes subnormales.

Cuando se terminó el whisky, llamé al barman y le pedí otro. Estaba aguantándome de salir a fumar un cigarro, por más que no tenía ninguno conmigo y hacía meses que lo había dejado. Las mujeres y los hombres cool seguían llegando y el lugar terminó de abarrotarse. Éramos demasiados y el calor y la humedad empezaban a molestarme. Me pedí otro whisky y los observé. No tenía nada más que hacer pero no quería volver a la casa, carecía de las fuerzas para estar solo. El bar era el primer lugar con el que me había cruzado y ni lo conocía ni sabía la gente que lo frecuentaba. Ahora ya tenía una idea más exacta. Siempre me había sentido más cómodo con la otra parte de la población, con la otra cara de la moneda, pero si me daban a elegir, prefería que las dos partes me dejaran en paz.

En algún momento pensé que podría irme a casa y tratar de escribir algo para escapar un poco de la hipersensibilidad que últimamente padecía, cosa que me molestaba de sobremanera no poder controlar. Parecía una señora mayor, sintiendo lágrimas subir a mis ojos por cualquier cosa.

Pagué lo que había consumido y pidiendo permiso fui acercándome hasta la puerta. El lugar estaba repleto, asfixiantemente lleno y se complicaba recorrer los pocos metros que me separaban de la calle. En el camino traté de no cruzar miradas con nadie, no me sentía fuerte para tanta intimidad. La gente me empujaba llevándome de un lado a otro y me arrepentí de haber entrado, me sentía vulnerable entre tantas personas, entre tanta energía descontrolada, entre tanto caos espiritual. No había un solo ápice de balance en los que me rodeaba, podía sentir los extremos que los gobernaban como fuerzas externas convertidas en hilos para marionetas. Todos se sentían como bombas de tiempo a punto de explotar.

Empujando a unas personas y recibiendo algunos insultos, llegué a la puerta y salí al aire cargado de la noche. Lloviznaba y el cielo violeta avisaba tormenta. “Cómo me gustaría estar en cualquier otro lugar…” pensé mientras caminaba hacia la casa. Aún escuchaba algo del barullo a mis espaldas pero ya me sentía mejor, menos atropellado por todo aquel derroche de energía sin sentido. No hacía tanto frío como recordaba cuando había vivido allí diez u once años atrás. El clima estaba cambiando, junto con tantas otras cosas en este planeta.

Antes de entrar al edificio miré por ultima vez el cielo. Había algo allí, entre la nubes, en los aviones que las atravesaban día y noche que me llamaba. Sonreí y subí las escaleras sintiéndome bien por primera vez en la noche. Me quedaba poco tiempo en esta ciudad. Estaba de paso.

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