Desde que llegué a aquel bar en el que sonaba jazz de fondo, supe que serÍa una noche diferente. Ella estaba ahí sentada, manoteando mientras contaba una historia. Yo no había tomado ni una cerveza y ya no podía quitarle los ojos de encima. No entiendo porqué, no era mi tipo: su nariz sobresalía de la cara, no dejaba de tocar su cabello y sus rodillas estaban enrojecidas de tanto cruzar las piernas. ¡Eso era! Sus piernas. Las vi y desde entonces son mi lugar favorito. No eran delgadas, pero si estilizadas y de un tono tan divino como ella misma.
¿Qué tenían sus lejanas piernas que me envolvían en una imagen erótica? De pronto las vi levantarse y caminar hacia mí. Levanté la mirada y su lengua recorría sus labios rojos mientras su mano derecha apartaba el cabello de la cara. Se siguió de largo, ni siquiera me miró. De pronto sentí su mano en mi espalda, me dejó una servilleta arrugada y se fue.
¡Me había mirado! La servilleta decía que teníamos pactada una cita afuera del bar en unos minutos. Un par de tragos de cerveza y de pronto ya estábamos presentándonos en la acera con el clima frío y un par de cigarros encendidos haciéndonos entrar en calor.
Como si nos conociéramos de años, caminamos contándonos qué tal había estado el día. Cómo iba el trabajo y la escuela. Así, entre cigarros y mareos constantes, entramos a un edificio del cual, hasta el momento, no logro recordar su ubicación. Subimos por un elevador como dos extraños, pero al abrirse las puertas, ella se transformó en una cazadora y yo en la presa indefensa.
Su lengua se movía velozmente dentro de mi boca, me entibiaba entre mordidas suaves y besos en la nariz. Me permitió rodearla lentamente por la cintura mientras me tocaba desesperadamente. Se quitó la ropa muy rápido, tanto que no me dejó ni siquiera salirme de la molesta camiseta.
Entonces llegó el momento más glorioso que alguna vez pude ver. Sus hermosas y ahora cercanas piernas se abrían lentamente (o al menos eso me apreció) mientras de ellas emanaban colores que no podía dejar de mirar. Su rostro de felicidad me decía que me introdujera en ella. Mi sorpresa era tal que no dudé en gritarle la categoría de divinidad que había alcanzado. Dios sabe que no miento, si es que de verdad existe uno.
Una vez encendida y dispuesta a mí, entré no sólo en su cuerpo, sino en su mente. Mientras la poseía ella se iba robando una parte de mí. Sus gestos provocativos, cómo ignorar esa lengua alrededor de los labios rojos desteñidos. Sus pestañas elevándose junto sus ojos rodantes. El sudor que emanaba de su frente sabía a gloria y yo… sólo podía mirarla estupefacto. Tomó mi espalda con las uñas, se aferraba a ella mientras se arqueaba lentamente pegada al colchón. Elevó sus pechos y pude ponerlos en mi boca. Estaba más dura que una roca. Me tomó del rostro y me dio un intento de beso que culminó en un gesto de sorpresa, placer y un grito ahogado. Todo el camino estuve atento a ella, a su manera casi pornográfica de ser.
Era tan increíble que podía seguir entre sus piernas toda la noche, todo el mes si era posible. No podía terminar, no quería hacerlo. El libido crecía y no parecía finalizar nunca, se dio cuenta y en lugar de detenerse, siguió alentándome. Me abrazó entre sus piernas tan fuerte que solamente cerré los ojos y una luz me cegó. No recuerdo nada más.
Desperté extasiado, cansado y con ganas de su boca. Me giré para mirarla y ella ya se vestía. Ya no había más de los dos. “Tengo novia, ¿sabes?, la chica de ayer”, dijo, seguido de un beso al aire. “¿Eres lesbiana?” ¡Que sorpresa para mí! “Bisexual, estuvo rico, debes irte porque necesito salir”, dijo al final de la conversación.
Estuvo increíble, no rico. Ella lo convirtió en una experiencia maravillosa. Me enamoré de su sexo y sus piernas. Yo fui una distracción más, pero si en eso me he de convertir por estar una vez más en sus piernas, estoy dispuesto.
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