No, no vamos a guardar esto en ningún lado,
no vamos tenerlo en el altar de las esperanzas
creyendo que un día vamos a columpiar de las alas de alguna bendición
como lo hace la gente que se ha tenido que encontrar en los ojos ajenos
por el miedo de reconocerse a sí mismos.
No, no vamos a andar por ahí vendiendo la vaga historia de amor
de dos desconocidos que se toparon un día por casualidad
en algún lugar extraño, con humedad y olores místicos,
no vamos a comprarnos un boleto a la magia de los imposibles
llenos de luchas y sacrificios de tiempo que andaremos publicando por algún lado.
Sí, tal vez tengan razón y todas esas historias parezcan increíbles
en las que muchos desearían creer,
pues nos relatan pasiones que los dedos no han logrado capturar en los pedazos de hoja blanca que caen por la mesa de noche…
nos invitan a sumergirnos en el sueño de la eternidad,
bordar las sabanas blancas y alimentar los ácaros que dejan los cuerpos desnudos al despertar.
Sí, parece todo muy bonito,
suelen parecernos historias de perfección que penden del hilo de la mentira,
pero tú y yo, amor,
no somos ni seremos nada de aquello que algunos pretenden,
tú y yo no nos convertiremos en la inspiración de la novela del siglo
ni retrataremos el romanticismo de las comedias taquilleras del momento.
No, no vamos a guardarnos en una fotografía que aspira a volverse sepia
y que con los años su valor, como recuerdo, se vuelva nuestra única existencia.
No,
tú y yo, hasta hoy,
podemos mirarnos a los ojos y decirnos bienvenidos,
que los finales siempre nos llegaran desprevenidos.