A continuación un relato escrito por Gaby Gallareta. Una mirada certera del suceso fortuito e inmediato, sin florituras en exceso, con tensión narrativa y con un justo sentido del absurdo.
De café y otros vicios
El hotel enfrenta al sol detrás de las persianas. Los ventiladores fallan y la gente usa abanicos de colores.
Meseros caminan sorteando las mesas y llevan agua, cerveza y postres. Es un hotel caro. Es el hotel más antiguo y que acaban de renovar. Ahora es cuatro veces mayor. Se levanta erguido con sus 135 pisos.
A pies del hotel un parque lo rodea y ahí se sienta un periodista, a fumar y beber. Es un personaje vestido sin gracia, semejante a la mancha de un buen cuadro. Ahora escribe.
Con los nudillos en rojo escribe lo que ve.
Son las cinco con cuarto y la señora ha llegado, suelta su bolsa y la da a un camarero vestido de pingüino. Pide a otro que se acerque.
—Hace calor, repáralo.
—Señora, nos hemos quedado sin los fusibles de todo el sistema de climas, me temo que es imposible.
—Imposible es que las ballenas vuelen.
—Sí, señora, veré qué puedo hacer.
La señora lleva nueve años en el salón del hotel. Sólo los jueves pisa sus suelos.
Contaron las paredes el primer encuentro: “Junto a la ventana dos cabelleras cortas y blancas tomaron café, hubo un funeral y ahora solo unos labios corrugados piden la cuenta”.
El camarero abre las ventanas y la brisa densa pero fría abraza a cada huésped y a la señora.
Sus pasos se reflejan en el suelo negro bien pulido y no se detienen hasta llegar al borde, de ahí una pareja de humanos observa:
—¡Mira, mamá!
—¡Oh por Dios! ¡Esteban, no veas!
—Pero, mamá, ¿qué está haciendo?
—Sólo tiene calor.
—¡Mami, la señora va a saltar!
—¡Esteban, cállate, no lo veas! Vamos, date prisa. Avanza, niño, avanza.
Tal vez sea el día de suerte de nuestro personaje de traje sin gracia, el periodista, el único con la noticia exquisita del suicidio. Recién cometido. Recién liberada el alma desesperada.
Tal vez le consiga un puesto en algún sitio decente y deje la bebida.
Tal vez fue una fortuna para él sentarse una tarde de jueves en el pequeño parque.
Un camarero asoma el pescuezo entre la gente y se acerca a la señora, es el mismo muchacho de la bolsa y el culpable, a petición del cliente, de haber abierto las ventas.
Él dejó que el calor saltara del hotel.
Él dejó que la nostalgia borrara la poca cordura de los ojos verdes de la señora. Él fue cómplice de suicidio. Un cómplice inadaptado y de mente inocente.
Ahora él toma café y no se queja del calor.
Está seguro de una cosa: la señora tenía sentido del humor: qué mejor que una bella puesta de sol antes de morir.
***
Saber apreciar los detalles, sopesar los elementos, convertirlos en algo propio, en algo único. El toque ideal pasa por la máscara del deseo hecho objetivo. Como a través de una mira, algunas visiones apuntan hacia el erotismo con un tino inusualmente poético.