Las nefastas rupturas de los dedos se han venido a posicionar en mi ocular,
las observo sin parar, miro cómo se cuartean los días que no han dejado alguna
historia para aprisionar en el hemisferio derecho del cerebro.
Te miro huir, como siempre, yéndote derecho a la salvación,
a donde el ojo no cuestiona, a donde la mente no divaga,
a donde todo es más fácil, más sencillo,
simple y sencillo.
Vale, ¿qué mejor que quedarse en donde no hay nada a que llorarle?
Sólo a la inútil persistencia de desear lo indeseable, de hacer lo incorrecto, de
lamentar haberse salvado pero también lamentar no hacerlo.
Vale, ya no hay mucho de qué hablar, qué decir o qué ponernos a soñar;
las rutas se han movido de lugar, hemos trazado mapas distintos, nos hemos
comprado tickets a rumbos que no convergen.
Porque adivina, tú y yo, no convergimos más.
Yo, aquí parada, donde la línea, el renglón, la orilla se acaba
y uno se va directo al precipicio,
– por aquí, pásele joven.
Si me acerco un poco más, seguro voy a caerme.
Siempre tentando al abismo, rascándole los cabellos,
olfateándole la oscuridad,
metiéndole el dedo al hoyo negro del cual nunca,
nunca,
nunca,
nunca logro salir.
Sí, así me voy yo entre los cuadros de tu camisa, me voy de golpe y hasta el fondo -pero bien al fondo-porque adivina algo, nunca puedo salir.
Vale, la idiotizada idea de seguir dando vueltas en el carrusel que se ha quedado sin demanda, y yo aún sobre el caballito tratando de marearme un poco para entender que vomitar a veces es una buena opción.
La poesía nos permite exteriorizar aquello que en ocasiones nos ahoga el alma, por eso te compartimos Nuestras manos que se gustan y algunas Frases de Benedetti para los que se sienten tentados por el odio.
**
Las fotografías que acompañan el texto pertenecen a la artista Julie de Waroquier, conoce más sobre su trabajo en su página oficial.