En la noche, cuando mis demonios me vienen a visitar, muchas de las ocasiones me dejo llevar por sus consejos, por sus oraciones y sus versos. Veo, a través de mis ojos, mis propios ojos pero de colores distintos, el que mis pupilas conforman por completo mis ojos, el marrón que comprenden mis pupilas ha desaparecido sin dejar rastro, y el color de la muerte se estaciona en mi propia piel.
Soy yo y yo. En las noches, cuando mis demonios me vienen a visitar, soy yo y yo. Mis demonios son yo.
En ciertas ocasiones compartimos palabras, en mi habitación dormimos uno junto al otro. Sujetamos nuestras manos, la de él fría, la mía trata de mantenerse cálida. Hablamos de lo que no nos decimos en el día, de lo mucho que nos extrañamos, de las decisiones que no nos consultamos y discutimos las peleas que no son nuestras.
Las horas pasan, pero los minutos no. No los sentimos, no nos importan. Si él está conmigo, me siento bien, pero si yo estoy con él, es sólo cuestión de horas para que el deseo hable por él y escudriñe en mi piel con sus frías manos.
Pasamos cada una de esas noches velando la respiración del otro. Jugamos a ver quién muere primero, yo o yo. La noche anterior a la de hoy, casi me arrebata por completo la respiración con su beso, es esa su táctica, me seduce con sus expresiones, con su soledad y tristeza y yo me dejo caer en sus labios que susurran, gentilmente, sus besos de desesperación.
Lentamente caí en la red de alguien más, de otro demonio, que me acechaba desde hace tiempo; lo ignoraba porque ya me encontraba estacionado en el frío pecho de mi propio demonio, y era ahí donde me sentía seguro, donde me jugaba a la muerte con la seguridad de ser yo mismo quien me mate pero en un ápice de felicidad, dentro de mí, este demonio quiso rendirse, por despecho o por celos o también por envidia, ya que este otro demonio hacía sonreír a mis propias lágrimas, y si lloraba por ese demonio, lloraba con placer.
Y es así como el trasfondo de esta conversación con yo, se cambia a un pasado donde mi demonio deja de ser mi demonio, para convertirse en el demonio de sí mismo. Es verdad, le rompí el corazón a mi propio corazón pero era indispensable hacerlo. En realidad, no quería morir por mí mismo, quería que el demonio de alguien más me matara, y como siempre fui excluido por mí mismo y no conocía nada más que mi propio demonio, me dejé llevar por esa muerte segura sin arriesgarme a la muerte de otros.
Ahora, en estas, mis noches en las que mi otro demonio me viene a visitar, hablamos de las cosas contra las que luchamos constantemente, de esas cosas que no se tragan con orgullo, ni que esconden por puro placer. Ahora me dejo llevar por sus consejos, nuevos consejos, por sus oraciones, sus nuevas oraciones, por sus versos, sus nuevos versos. Veo otros ojos, los que me enamoran más con cada luna llena. Ahora somos él y yo. Mi demonio es el demonio de otro, y el demonio del otro soy yo. Las horas ya no pasan y vivimos en un constante suspiro del tiempo, una era entera, pero fugaz. No dejamos que el deseo hable por nosotros, la mayoría del tiempo, pero cuando lo hacemos, dejamos que nuestra alma se toque con el placer de sentirnos degenerados. Amo a mis demonios, amo a mi demonio, y aunque suene poco conveniente, me amo a través de ese demonio. Y no está bien, pero tampoco está mal.
**