Carece la razón cuando se quiere hacer algo a ciegas.
Así durante mucho tiempo y como invidentes quisimos jugar a entender braile,
aun cuando al manotear en la oscuridad nos rasguñábamos intentando estrecharnos;
nos aventuramos a querer ser, sin conocer;
a hablar, sin escuchar;
dormir poco, disponer mucho.
Quise jugar también al psicólogo que estudiaba tu mitomanía,
y terminé pareciendo el psicópata al punto en donde todas mis formas te hicieron querer sedarme de una vez;
te compadeciste como alguna vez lo hice, cuando quien padecía eras tú
y nos escapamos del manicomio.
No sé si lo último que sucedió fue para buscar pie a terminar sin darme una estacada,
pero ya tenía tiempo que no estabas tan convencida de estar;
aun en el principio y en varias ocasiones cuando te vi dudar,
aunque pudiste matarme no lo hiciste y supongo que debo agradecer la compasión,
aunque los hombres de poder la repudiemos.
Ambos nos vimos subir, caer y nos destruimos para después ayudar a levantarnos por última ocasión,
para no arrepentirnos de no haber dado un último esfuerzo.
Tal vez no el último aliento para no dejarnos sin vida y poder continuar ya por nuestra cuenta.
Nos llegó el momento, el tiempo fue lo primero en acabarse aunque -irónicamente- parecía que era lo que más nos sobraba.
Miro atrás, como no suelo hacerlo en mi costumbre de ansiedad de ti;
miro atrás y hay más preguntas de las que siempre hago.
No es necesario que me venga melancolía, pero me aferro a las ideas de un joven decrépito que siempre mira hacia delante,
que ahora se está ahogado en la pena del alma.
Vaya paga que me ha tocado, vaya chica que ha hecho soñar al viejo.
Tal vez en otra forma te he de encontrar en algún tiempo, no lo sé…
tú ya sabes cómo imaginaba yo.
Te podría interesar
*
Hasta siempre
*
En la estación “No me olvides” con destino a “No sé dónde”