Texto escrito por: Evian De la Torre
Esa última noche que nos vimos no fue un encuentro como muchos otros, la diferencia radicaba en que esa ocasión era una despedida, de esas que sólo entendíamos tu y yo.
Aún recuerdo el olor de tu cabello, ese que tantas veces se impregnó en mi ropa, pero que nunca aprecié, sólo aquella noche me pareció importante, ese aroma dejaba constancia de nuestros encuentros. Nunca lo noté, tal vez no quería hacerlo o simplemente no me importaba, no sentía la necesidad de mirar más allá de lo que nunca fuimos.
Pareciera que aquel trato era un mero juego, uno que solo dos corazones vacíos pueden hacer, teníamos una conexión, una bastante retorcida, repugnante, inverosímil pero eficaz. Era nuestra forma de protegernos, de decirle al mundo que a pesar de los clichés y las normas sociales a nosotros nos importaba poco, que podíamos ser más inteligentes que ellos.
Nos teníamos el uno al otro, no de la forma romántica que todos querían ver, éramos dos completos extraños compartiendo pedazos de su vida, sin profundidad, sin sentimientos, sin presiones, sin ataduras. Porque por más tonto que suene, así funcionamos, dejamos atrás a todos los que alguna vez se acercaron, teníamos la excusa perfecta para no tener que dar explicaciones incomodas.
Todo empezó por querer jugar a ser adultos, dos personas comunes, con metas y con sueños, que simplemente no aceptábamos que se nos encasillara o que se nos midiera con estereotipos vanos; necesitábamos salir del molde, nos importaba poco encajar, pero que no nos gustaban las miradas de desprecio y desaprobación.
Aún recuerdo aquella promesa que nos hicimos, aquella donde sin importar nada, jamás nos amaríamos, no pediríamos explicaciones; la confianza era un mero trámite, donde no cabían celos o reproches. Estábamos determinados a decirle al mundo que éramos capaces de subsistir fuera de los márgenes y que estábamos por encima de ellos. Declaramos una sociedad donde éramos iguales y nadie exigía nada, donde cada quien era dueño de su tiempo, de su vida y de su cuerpo. Implantamos reglas que solo tú y yo entendíamos, programamos tiempos donde imitábamos a una pareja, intentando engañar al mundo, satisfaciendo necesidades carnales y sociales; encajábamos perfectamente, jugando a no querer sentir.
Todo salía a pedir de boca, vivíamos nuestras vidas sin que nadie nos criticara. Ante los amigos, la familia y la sociedad, éramos una pareja perfecta, que se entendía y que jamás peleaba; no lo necesitábamos, éramos capaces de arreglar todo con un par de palabras. Conveníamos esos encuentros épicos en la cama para satisfacer la pasión hasta el hartazgo, programábamos nuestros cuerpos para no sentir pudor pero al mismo tiempo emanar pasión en cada poro, sacudir nuestros más bajos instintos hasta llegar al éxtasis y al final regresar a la realidad.
Parecía que teníamos arreglada la vida, que nada nos detendría; pero el tiempo nos daría una lección, una que dolió, que nos quitó la risa y nos trajo un par de lágrimas. El amor es una mierda que no puedes tirar a un lado del camino. Después de tanto tiempo nos encontramos en una encrucijada, aquel día nos miramos y por primera vez en mucho tiempo algo recorría nuestros cuerpos, algo que jamás pensamos pasaría: teníamos sentimientos, pero nos dolía aceptarlo y no queríamos verlo, nos mentíamos el uno al otro y negamos lo que hacía mucho ya existía entre nosotros. No lo entendíamos; después de tanto luchar contra todo, al final sucumbimos a esa extraña sensación, una que nos daba miedo reconocer, sentíamos algo el uno por el otro.
Al final nos dejamos llevar por la pasión desbordada y convenimos separar nuestros caminos, tal vez sólo porque teníamos miedo a truncar los sueños que tanto trabajo habían costado. Sin palabras nos retiramos como dos combatientes que acaban de perder una lucha. Aquel día no pudimos reducir el ego y sincerarnos el uno con el otro, tal vez por cobardes, al final dejamos una herida en el pecho del otro y de nuevo recuperamos ese vacío que tanto buscábamos y en este momento odiamos.
Así terminó ese largo viaje, esa aventura, esa sociedad que nos dejó más pérdidas que ganancias. Aquel día por fin te extrañé, sentí tu ausencia y la necesidad de tocarte una vez más; entonces entendí que sí sentía, que era igual al resto de las personas.
Aún así ninguno tuvimos el valor de reconocer nuestro error y viviremos con ese sabor amargo el resto de nuestras vidas, sin saber si éramos lo que tanto habíamos buscado.
Con la esperanza de algún día vernos una vez más y de nuevo, al cruzar miradas, mentirnos y decir que valió la pena.
Atrévete a amar incluso durante el fin del mundo y a explorar esas relaciones que nunca pensaste que eran posibles.