Pintura por Enrique Argote Garza
Me pongo la chaqueta, salgo a la noche y a la escasa niebla, me subo, pedaleo y ya no siento el frío aunque el aire me pega de frente, con fuerza, soplando sobre todas las cosas a su alcance, quedando atrapado entre pasillos olvidados y rincones ciudadanos. De pronto siento, es la bicicleta la que me da la fuerza y así me mantengo pensativo durante el trayecto, enredando fantasías con ideas, sintiéndome un poco más libre.
Del cielo empieza a caer una lluvia ligera, muy ligera. Por fortuna voy llegando y, como de costumbre, lo hago un poco antes. Después, espero, echo un vistazo a la gente que va y viene por las calles, observo los faroles arrojando su luz sobre el asfalto, dando forma; de este modo aguardo, contemplo la lluvia que da brillo. Es ahí donde lo logro, es mi mirada la que va más allá de las ciudades y del tiempo y, aunque intento no moverme, inevitable, la tierra es la que me obliga a hacerlo. Lo presiento…
…Aseguro para mis adentros que en un par de segundos se dejará caer el cielo. Así que, como si pronosticara el tiempo, empieza el aguacero, lo acompaña un granizo que haciendo ruido logra un silencio citadino, acallando a los sonidos naufragantes de la urbe. En aquel estruendo, paradójicamente silencioso, yo ya sabía que todo esto pasaría, más allá de algún pronóstico de temporada o de mi conocimiento de las ciencias y del mundo.
Así pasaron dos o tres minutos y el granizo aún no había cesado, pero tampoco se había vuelto más fuerte. Prendo un cigarro y me lo fumo todo, y por más estúpido que suene me miento a mí mismo, me confieso que no lo hago por el vicio sino porque recurro a acciones rutinarias para guardar un cierto orden, una imagen disciplinaria. Así cruzo las piernas, corrijo mi figura poniéndola derecha. Espero en lo que pienso y viceversa, así es como se me ocurre que puedo escribir algo en la libreta, o descargar tensión en la pantalla del Iphone con alguna aplicación o juego, pero por desgracia prefiero pintar con palabras una construcción de ideas para crear el mundo bajo un marco de lenguaje, el mío, límite beato, norma de la mayoría de mis ideas truncadas, de mi falso orden.
Y yo sé que sólo pienso en pendejadas, pero como aún en el barullo más estridente de una gran ciudad pensamos en silencio, dejo que los pensamientos pasen. De esa forma empieza en mí la duda… No debí llegar temprano. Intento evitarlo pero, aunque ya lo dije anteriormente, lo hago por costumbre, por vicio transferido de mi madre. Generalmente lo hago entre quince y diez minutos antes de la hora, pero en la ciudad de México nunca se sabe.
Abro la libreta, está casi vacía. Me pongo a escribir en ella, escribo sobre un hombre que parado en un banco tiene las manos atadas a la espalda, y los pies uno con el otro. Tiene otra tercera cuerda al cuello que baja floja hasta la altura de la cintura, y todo lo ha logrado hacer él solo. La narración se enfoca en cómo ha sido una labor difícil aún entendido que la realización de la tarea demanda que se empiece desde arriba del banco de madera, guardando siempre al equilibrio en todos los amarres. Pero tras no concretar ni una frase que valga la pena me detengo.
De esa forma no me doy cuenta de que ya no llueve, pero aún sigo a la espera…