¿Cuánto tiempo nos toma entender que el amor se ha muerto?, ¿cuánto nos toma separar los caminos que parecían unidos para siempre? A veces lo difícil no es saber la verdad, sino aceptarla, y en el amor no es la excepción. En el siguiente poema de Fernanda Lara, las despedidas no se postergan, simplemente se evaden.
DETRÁS DE UNA DESPEDIDA
Siempre me han costado las despedidas.
Hasta la fecha, siempre intento irme, sin más. Sin explicaciones, sin justificaciones. Sin miradas ni palabras suplicantes que, por unos cuantos minutos, pareciera que lo son todo. Mucho menos esos abrazos que sólo logran retrasar ese momento inevitable sólo para llenarlo de más dolor inecesario.
No me gustan las despedidas porque, muchas veces, significan el final de una historia. Un final que no debió ser. Una historia que no debió ser.
No me gustan las despedidas porque detesto ver todos esos momentos tan añorados volverse un simple recuerdo que acompaña mi soledad; llegan a la mitad de la noche a rompernos el sueño, a nublar nuestros pensamientos, llenándonos de dudas que se quedarán sin una pronta respuesta.
No me gustan las despedidas porque pareciera que lo congelaran todo después de su partida; las horas pasan, la vida continúa, pero para mí simplemente todo se detiene.
Y mientras las palabras se quedan atravesadas en la garganta, los recuerdos llenan nuestros ojos de lágrimas, los momentos se transforman en suspiros, anécdotas, fotografías que terminarán empolvadas en el fondo de un cajón.
Lo dicho se queda para siempre, y lo no dicho sólo sirve para recodarnos las ausencias, el vacío, los silencios eternos.
No me gustan las despedidas porque una despedida significa alejarse, cambiar el rumbo, cambiar los viejos hábitos para no recordar, para ser diferentes.
No me gustan las despedidas, por eso simplemente me voy.
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